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Globalización: El pasado nos alcanza El autor, ex asesor principal de Economía del gobierno de India, refuta la idea de que el proceso de globalización que actualmente está cambiando el carácter de la economía mundial sea totalmente nuevo. Para demostrarlo, hace un esbozo de las características de la globalización, comparando la economía mundial de fines del siglo XX con la de fines del siglo XIX, concentrándose en el juego, los actores y las reglas, y analiza las consecuencias para los países en desarrollo. por Deepak Nayyar
La palabra globalización se emplea de dos maneras, lo cual es fuente de confusión y causa de controversias. Se utiliza con un sentido positivo para describir un proceso de creciente integración de la economía mundial -la caracterización de este proceso no es en modo alguno uniforme. Se utiliza con un sentido normativo para prescribir una estrategia de desarrollo basada en una rápida integración de la economía mundial -algunos ven en esto una bendición y otros una maldición. Existe la noción generalizada de que la coyuntura actual es totalmente nueva y representa un distanciamiento fundamental del pasado. Pero esta presunción no es correcta. La globalización no es nueva. En diversos aspectos, la economía mundial de fines del siglo XX se parece a la economía mundial de fines del siglo XIX. Y hay mucho para aprender de la historia, ya que es el pasado en nuestro presente. El objeto de este ensayo es bosquejar un retrato de la globalización, de entonces y de ahora, concentrándonos en el juego, los jugadores y las reglas, y analizar las consecuencias para el mundo en desarrollo. La estructura del ensayo es la siguiente: el Capítulo I hace referencia a los rasgos del proceso de globalización de nuestra época y lo sitúa en una perspectiva histórica estableciendo una comparación con la situación a fines del siglo XIX. El Capítulo II explora las similitudes y diferencias entre estas dos fases de globalización, analizando los factores subyacentes. El Capítulo III examina las desigualdades y asimetrías en un mundo de socios desiguales -un rasgo común a ambas etapas- para indicar que el juego es similar pero los jugadores son nuevos y las reglas del juego diferentes. El Capítulo IV discute las consecuencias reales en el pasado y las posibles consecuencias en el futuro, para argumentar que en aquel entonces la globalización llevó a un desarrollo desigual y que, sin correcciones, ahora también llevaría a un desarrollo desparejo. I. EN LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XX, UNA COMPARACIÓN CON FINALES DEL SIGLO XIX Desde 1950, la economía mundial ha experimentado una progresiva integración económica internacional. No obstante, hubo una pronunciada aceleración de este proceso de globalización en los últimos veinticinco años del siglo XX. Pocas veces se reconoce que hubo una fase de globalización similar que comenzó un siglo antes, alrededor de 1870, que fue en ascenso hasta 1914, cuando finalizó abruptamente con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Este reconocimiento es esencial para tener una comprensión del proceso. El atributo fundamental de la globalización, entonces y ahora, es el creciente grado de apertura en la mayoría de los países. Este fenómeno tiene tres dimensiones: el comercio internacional, la inversión internacional y las finanzas internacionales. Es necesario señalar que la apertura no está confinada simplemente a las corrientes de comercio, las corrientes de inversión y las corrientes financieras. También se extiende a las corrientes de servicios, tecnología, información e ideas, a través de las fronteras nacionales. Pero el movimiento transfronterizo de personas está estrechamente regulado y altamente restringido. No hay dudas de que el comercio, la inversión y las finanzas son el fuerte de la globalización, y esto surge claramente al comparar el proceso de fines del siglo XX con el de fines del siglo XIX. En la segunda mitad del siglo XX hemos presenciado una expansión formidable de las corrientes comerciales internacionales. Las exportaciones mundiales aumentaron de 61.000 millones de dólares en 1950 a 315.000 millones de dólares en 1970 y 3,5 billones en 1990. En este período, el crecimiento del comercio mundial fue significativamente mayor que el crecimiento de la producción mundial, si bien la diferencia se estrechó después de comienzos de los 70. Por consiguiente, una parte cada vez mayor de la producción mundial ingresó al comercio mundial. El porcentage de exportaciones mundiales del Producto Interno Bruto (PIB) mundial aumentó de un 6 por ciento en 1950 a un 12 por ciento en 1973 y un 16 por ciento en 1992. Para los países industrializados, esa proporción aumentó de un 12 por ciento en 1973 a un 17 por ciento en 1992. Esto no es nuevo para la economía mundial. En el período que va desde 1870 a 1913 se experimentó una expansión similar de las corrientes de comercio internacional (Maizels, 1963 y Bairoch, 1982). Para los 16 principales países industrializados, ahora en la OCDE, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 18,2 por ciento en 1900 al 21,2 por ciento en 1913 (Maddison, 1989). El paralelismo entre ambos períodos resulta más claro si consideramos las evidencias de determinados países industrializados. En el Reino Unido, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 14,4 por ciento en 1950 al 16,4 por ciento en 1973 y al 18,2 por ciento en 1992, comparado con el 14,9 por ciento en 1900 y el 20,9 por ciento en 1913. En Francia, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 10,6 por ciento en 1950 al 14,4 por ciento en 1973 y 17,5 por ciento en 1992, comparado con el 12,5 por ciento en 1900 y 13,9 por ciento en 1913. En Alemania, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 8,5 por ciento en 1950 al 19,7 por ciento en 1973 y 24 por ciento en 1992, comparado con el 13,5 por ciento en 1900 y el 17,5 por ciento en 1913. En Japón, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 4,7 por ciento en 1950 al 8,9 por ciento en 1973 y al 9 por ciento en 1992, comparado con el 8,3 por ciento en 1900 y el 12,3 por ciento en 1913. En Estados Unidos, la participación de las exportaciones en el PIB aumentó del 3,6 por ciento en 1950 al 5% en 1973 y al 7,1 por ciento en 1992, comparado con el 7,5 por ciento en 1900 y el 6,1% en 1913. Parecería que la integración de la economía mundial a través del comercio internacional en las postrimerías del siglo pasado fue casi la misma que la de las postrimerías de este siglo. Lo que más llama la atención es que la tasa arancelaria promedio sobre las importaciones de los productos manufacturados de esos países industrializados -con la excepción del Reino Unido- fue del entorno del 20 al 40 por ciento, comparada con la tasa arancelaria promedio de aproximadamente 5 por ciento en 1990 (Bairoch, 1993). Los aranceles eran mucho más elevados en aquel entonces, pero los obstáculos no arancelarios son mucho más poderosos actualmente. Las corrientes de inversión internacional La historia es casi la misma para las corrientes de inversión internacional. El volumen de inversión extranjera directa en la economía mundial aumentó de 68.000 millones de dólares en 1960 a 502.000 millones en 1980 y 1,9 billones en 1992. Las corrientes de inversión extranjera directa en la economía mundial aumentaron de menos de 5.000 millones de dólares en 1960 a 52.000 millones en 1980 y 171.000 millones en 1992. Por consiguiente, el total de la inversión extranjera directa en el mundo como proporción de la producción mundial aumentó del 4,4 por ciento en 1960 al 4,8 por ciento en 1980 y al 8,4 por ciento en 1992. En el mismo período, las corrientes de inversión extranjera directa mundial como porcentaje de la formación bruta de capital fijo mundial aumentaron del 1,1 por ciento en 1960 al 2 por ciento en 1980 y al 3,7 por ciento en 1992. En los países industrializados, esta proporción aumentó del 2,3 por ciento durante el período 1981-1985 al 4,4 por ciento en el período 1986-1990, pero cayó al 2,9 por ciento en 1992. No obstante, en los países en desarrollo aumentó levemente del 2,4 por ciento durante el período 1981-1985 al 2,7 por ciento durante el período 1986-1990, pero saltó al 7,8 por ciento en 1992. Cualquier comparación con el período 1870-1913 sería incompleta porque no tenemos datos similares. Una estimación realizada por las Naciones Unidas sugiere que el total de inversión extranjera directa en la economía mundial como proporción de la producción mundial fue del 9 por ciento en 1913. La masa total de inversión extranjera mundial a largo plazo alcanzó los 44.000 millones de dólares en 1914, de los cuales 14.000 millones -aproximadamente un tercio- era inversión extranjera directa. A precios de 1980, la inversión extranjera total en
la economía mundial en 1914 fue de 347.000 millones de
dólares, comparada con la masa real de inversión
extranjera directa de 1980, de 448.000 millones.
Aproximadamente la mitad de la inversión extranjera de
esa época se dirigió a un pequeño grupo de países
recientemente industrializados de América del Norte y
Europa, así como Australia. En algunos de esos países
llegó a conformar el 50 por ciento de la inversión
interna bruta. La masa de inversión extranjera en los
países en desarrollo, tanto directa como en cartera,
aumentó de 5.300 millones de dólares en 1870 a 11.400
millones en 1900 y 22.700 millones en 1914 (Maddison,
1980). Esa inversión extranjera en el mundo en
desarrollo fue de gran magnitud tanto en términos
relativos como absolutos. Por un lado, probablemente
representó aproximadamente un cuarto del PIB de los
países en desarrollo a fines de siglo. Por otro lado,
fue sustancial incluso para los parámetros
contemporáneos. En 1914, la masa de inversión
extranjera que entró en los países en desarrollo, a
precios de 1980, fue de 179.000 millones de dólares, lo
que equivalía a casi el doble de la masa de inversión
extranjera directa de los países en desarrollo, en 1980,
de 96.000 millones de dólares.
En los últimos veinte años se ha experimentado un aumento explosivo de la actividad financiera internacional. El movimiento financiero transfronterizo es enorme, a tal grado que, en términos de magnitudes, el comercio y la inversión han quedado disminuidos por las finanzas. Esta internacionalización de los mercados financieros tiene cuatro dimensiones: divisas, préstamos bancarios, valores financieros y bonos del gobierno. Consideraremos cada una de ellas por separado. En los mercados de divisas, en 1973 el giro comercial alcanzaba un nivel modesto de 15.000 millones de dólares diarios. Aumentó a 60.000 millones diarios en 1983, y se remontó a 900.000 millones diarios en 1992. Por consiguiente, la relación entre las transacciones mundiales de divisas y el comercio mundial aumentó de 9 a 1 (9:1) en 1973, a 12 a 1 (12:1) en 1983 y a 90 a 1 (90:1) en 1992. Algunos números absolutos ayudarían a situar estas magnitudes en perspectiva. En 1992, por ejemplo, el PIB mundial era de 64.000 millones de dólares por día mientras que las exportaciones mundiales eran de 10.000 millones diarios, comparadas con las transacciones mundiales de divisas, de 900.000 millones por día. También vale la pena señalar que las transacciones diarias de divisas en la economía mundial fueron mayores que las reservas de divisas de todos los bancos centrales juntos, que ascendieron a 693.000 millones de dólares en 1992. La expansión de la banca internacional también ha sido espectacular. Como proporción de la producción mundial, los préstamos netos de la banca internacional aumentaron del 0,7 por ciento en 1964 al 8,0 por ciento en 1980 y al 16,3 por ciento en 1991. Como proporción del comercio mundial, los préstamos de la banca internacional aumentaron del 7,5 por ciento en 1964 al 42,6 por ciento en 1980 y al 104,6 por ciento en 1991. Como proporción de la inversión interna fija bruta mundial, los préstamos netos de la banca internacional aumentaron de 6,2 por ciento en 1964 a 51,1 por ciento en 1980 y a 131,4 por ciento en 1991. Cabe destacar que el tamaño bruto del mercado de la banca internacional era aproximadamente el doble del de los préstamos de la banca internacional. Las obligaciones interbancarias transfronterizas aumentaron de un nivel modesto de 455.000 millones de dólares en 1970 a 5,5 billones en 1990. El mercado internacional de valores financieros experimentó un crecimiento similar, si bien sus inicios fueron algo más tardíos. Entre 1980 y 1993, las ventas brutas y compras de bonos y acciones entre residentes extranjeros y nacionales aumentó de menos de un 10 por ciento del PIB en Estados Unidos, Alemania y Japón, a 135 por ciento del PIB en Estados Unidos, 170 por ciento del PIB en Alemania y 80 por ciento del PIB en Japón. En el Reino Unido, el valor de dichas transacciones fue mayor a diez veces el del PIB en 1993. De manera similar, entre 1980 y 1993 la proporción de bonos y aciones extranjeras en los fondos de pensión aumentó del 10 al 20 por ciento en el Reino Unido, del 0,7 al 6 por ciento en Estados Unidos y del 0,5 al 9 por ciento en Japón. Las estimaciones del FMI indican que la propiedad transfronteriza total de los valores comercializables fue de 2,5 billones de dólares en 1992. La deuda pública La deuda pública también se ha convertido en objeto de comercialización en el mercado mundial de valores financieros. Existe un mercado internacional en alza para los bonos públicos. Entre 1980 y 1992, la proporción de bonos públicos en poder de extranjeros aumentó de menos del 1 por ciento al 43 por ciento en Francia, del 9 al 17 por ciento en el Reino Unido, del 10 al 27 por ciento en Alemania, si bien permaneció constante en aproximadamente el 20 por ciento en los Estados Unidos. Estos números son pasmosos, pero incluso la globalización de las finanzas no es nada nuevo. Hubo una integración importante de los mercados financieros internacionales a fines del siglo XIX y principios del XX. La única dimensión que no estaba presente fue la transacción internacional de divisas, que estuvo determinada enteramente por corrientes comerciales y corrientes de capital, dado el régimen de tipos cambiarios fijos bajo el patrón oro. La propiedad transfronteriza de títulos, incluidos los bonos públicos, alcanzó niveles muy altos durante ese período (Morgenstern, 1959). En 1913, por ejemplo, los títulos extranjeros constituían el 59 por ciento de todos los títulos comerciados en Londres. De igual forma, en 1908 la proporción correspondiente fue del 53 por ciento en París. Cabe destacar que durante esa fase hubo una correlación entre las tasas de interés, los tipos cambiarios y los precios de las acciones en los principales mercados. También había un mercado firme para los bonos públicos. En 1920, por ejemplo, Moody's identificó los bonos emitidos por 50 gobiernos. En 1985, sólo 15 gobiernos habían contraído préstamos en el mercado de capitales de los Estados Unidos (La cifra volvió a llegar a 50 recién en la década de 1990.) Los préstamos de la banca internacional fueron sustanciales. Tanto los inversionistas públicos como los privados emitieron bonos de largo plazo directamente en los mercados financieros de Londres, París y Nueva York. Los bancos mercantiles o los bancos de inversión fueron los intermediarios para facilitar estas corrientes de capital entre las instituciones individuales y financieras privadas de estos países industrializados en busca de inversiones a largo plazo, por un lado, y las empresas o gobiernos, en su mayoría de los países recientemente industrializados o los países subdesarrollados, que emitieron obligaciones a largo plazo, por el otro (Kregel, 1994). En términos relativos, las corrientes netas de capital internacional de ese entonces fueron mayores que las de ahora. En el período que va desde 1880 a 1913, el promedio del excedente de las cuentas corrientes de la balanza de pagos de Gran Bretaña fue equivalente al 5 por ciento de su PIB (Panic, 1992), y en algunos años la equivalencia llegó al 8 por ciento. En contraste, con posterioridad a 1950, el excedente de las cuentas corrientes de Estados Unidos, Alemania y Japón no excedió el 3 por ciento del PIB. II. SIMILITUDES Y DIFERENCIAS Es claro que la internacionalización del comercio, la inversión y las finanzas en el último cuarto de este siglo no es algo nuevo. En el último cuarto del siglo pasado también hubo un proceso de internacionalización del comercio, la inversión y las finanzas que continuó hasta fines de la Primera Guerra Mundial. En las dos fases de globalización de la economía mundial pueden detectarse similitudes y diferencias. Las similitudes se encuentran en los factores subyacentes que hicieron posible la globalización de entonces y de ahora. Las diferencias son en la forma, la naturaleza y la profundidad de la globalización durante las dos etapas. Hay cuatro similitudes que me gustaría resaltar: la ausencia o el desmantelamiento de los obstáculos a las transacciones económicas internacionales, el desarrollo de tecnologías de aplicación, nuevas formas de organización industrial y hegemonía o predominio político. Los 40 años que van desde 1870 a 1913 fueron la época del laissez faire. No había prácticamente ninguna restricción al movimiento de bienes, capital y mano de otra a través de las fronteras nacionales. La intervención estatal en la actividad económica era mínima. El patrón oro, al cual la mayoría de los países adherían estrictamente, impartía estabilidad al sistema. Keynes (1921) creía que un círculo virtuoso de rápido crecimiento económico e integración económica internacional en esa época sentaba las bases de una economía global. A esta etapa le siguieron treinta años de conflictos y autarquía. Las dos guerras mundiales y la Gran Depresión fueron jalones de esos tiempos complicados. La víctima fue el crecimiento económico. Las transacciones económicas internacionales fueron progresivamente limitadas por reglamentaciones y obstáculos erigidos durante ese período, que luego fueron gradualmente desmantelados en la segunda mitad del siglo XX. La globalización siguió la secuencia de la desreglamentación. La liberalización comercial vino primero y provocó una expansión sin precedentes del comercio internacional entre 1950 y 1970. Acto seguido le tocó el turno a la liberalización de los regímenes para la inversión extranjera, la cual había comenzado a florecer a fines de los 60. Por último se produjo la liberalización financiera, que comenzó a principios de los 80 y tuvo dos aspectos: la desreglamentación del sector financiero interno de los países industrializados y la introducción de la convertibilidad de las cuentas de capital en las balanzas de pago. Este último proceso no fue simultáneo. Estados Unidos, Canadá, Alemania y Suiza eliminaron las restricciones a los movimientos de capital en 1973, Gran Bretaña en 1979, Japón en 1980, mientras que Francia e Italia hicieron la transición recién en 1990. La globalización de las finanzas, con un ritmo vertiginoso desde mediados de la década del 80, no está relacionada con el desmantelamiento de las reglamentaciones y controles. Ambas etapas de globalización coincidieron con una revolución tecnológica del transporte y las comunicaciones, que trajo aparejado una reducción enorme del tiempo -y también de los costos- en las comunicaciones entre lugares distantes. En la segunda mitad del siglo XIX hizo su aparición el buque de vapor, el tren y el telégrafo. La sustitución de las velas por el vapor y de los cascos de hierro por los de madera en los buques, redujo los costos del flete oceánico en dos tercios entre 1870 y 1900 (Lewis, 1977). La expansión de la vía férrea integró las regiones recónditas de los países a la economía mundial. El advenimiento del telégrafo revolucionó las comunicaciones y achicó al mundo. En la segunda mitad del siglo veinte irrumpieron el avión a chorro, las computadoras y los satélites. La síntesis de la tecnología de las comunicaciones, centrada en la transmisión de la información, y la tecnología de la computación, centrada en el procesamiento de la información, creó una tecnología de la información descollante tanto por su alcance como por su velocidad. Estos avances tecnológicos tuvieron un impacto aún más drástico en materia de allanar las barreras geográficas. Ahora el tiempo necesario es infinitamente menor al de antes y los costos se redujeron abruptamente. Obviamente, las tecnologías aplicadas facilitaron mucho la globalización de las actividades económicas en ambas etapas. Las nuevas formas de organización industrial En ambas etapas, las nuevas formas de organización industrial cumplieron una función para posibilitar la globalización. A fines del siglo XIX fue el advenimiento de la producción en gran escala, que estuvo caracterizada por una rígida división de las funciones y un alto grado de mecanización (Lewis, 1978). La producción de partes perfectamente intercambiables, la introducción del montaje móvil desarrollado por Ford, y los métodos de administración concebidos por Taylor ofrecieron las bases para esta nueva forma de organización industrial. La producción en gran escala hizo posible las economías de escala y posibilitó enormes reducciones de costos, comparados con los de la fabricación artesanal. La acumulación y concentración de capital reforzó el proceso de globalización. A fines del siglo XX, el nuevo sistema de producción flexible -forjado por la naturaleza del avance técnico, la cambiante mezcla de producción y las características organizativas (basadas en los sistemas de gestión japoneses)- está forzando constantemente a las empresas a escoger entre comercio e inversión en su afán por expandir las actividades fuera de fronteras. La proporción cada vez menor de los salarios en los costos de producción, la creciente importancia de la proximidad entre productores y consumidores y la progresiva externalización de los servicios son factores que inciden en las estrategias y comportamientos de las empresas en el proceso de globalización (Oman, 1994). La hegemonía o el predominio político es propicio para la economía de la globalización. La primera fase de la globalización, desde 1870 a 1913, coincidió con lo que Hobsbawn (1987) describió como "la época del imperio", cuando Gran Bretaña más o menos regía el mundo. La segunda fase de la globalización, iniciada a comienzos de los 70, coincidió con el predominio político de Estados Unidos como superpotencia. Este predominio político se consolidó con la caída del régimen comunista y el triunfo del capitalismo, que ha sido descrito por otro historiador contemporáneo, Fukuyama (1989), como "el fin de la historia". Aparte del predominio en el reino de la política, existe otra similitud en la esfera de la economía entre la Pax británica y la Pax estadounidense. Se trata de la existencia de una moneda de reserva que adquiere características de moneda internacional: como unidad de contabilidad, medio de intercambio y valor de reserva. A fines del siglo XIX y principios del XX ese papel lo desempeñó la libra esterlina. A fines del siglo XX ese papel lo desempeña el dólar estadounidense, irónicamente, después de la crisis del sistema de Bretton Woods, cuando culminó su función estatutaria como moneda de reserva. Parecería que, en ambas etapas, la globalización requiere un poder económico dominante con una moneda nacional que fue y es aceptada como moneda internacional. Existen, también, diferencias importantes entre ambas etapas de globalización. Me gustaría destacar cuatro de esas diferencias: en las corrientes comerciales, en las corrientes de inversión, en las corrientes financieras y, tal vez la más importante, en las corrientes de mano de obra, a través de las fronteras nacionales. DIFERENCIAS: Las corrientes comerciales Comenzaré con las corrientes comerciales, donde hay diferencias en la composición del comercio y los canales de comercialización. Durante el período que va de 1870 a 1913, la mayor parte del comercio internacional estaba constituido por comercio intersectorial, en el que se intercambiaban materias primas por productos manufacturados. Este comercio se basaba, en gran medida, en una ventaja absoluta derivada de los recursos naturales o las condiciones climáticas. Es posible discernir dos etapas a partir de 1950. Durante el período de 1950 a 1970, el comercio entre industrias de manufacturas, basado en las diferencias resultantes de las cualidades naturales, la productividad laboral o los avances o retrocesos tecnológicos, constituyó una parte cada vez mayor del comercio internacional (Glyn, 1990). Durante el período que va de 1970 a 1990, el comercio entre industrias de manufacturas, basado en las economías de escala y la diferenciación de los productos, constituyó una proporción cada vez mayor del comercio internacional. A primera vista parecería que las corrientes comerciales estuvieron entonces dentro del ámbito de las grandes empresas internacionales tanto como ahora. No obstante, hay dos diferencias importantes. Primero, las grandes empresas comerciales del siglo XIX, como la East India Company o la Royal African Company, "eran como dinosaurios, grandes de tamaño pero con un cerebro pequeño, alimentándose de la exuberante vegetación del nuevo mundo" (Hymer, 1972). Los precursores de lo que ahora se define como empresas trasnacionales no fueron esas gigantescas empresas comerciales sino los pequeños talleres y firmas contratistas de fines del siglo XIX. Segundo, en la etapa actual de globalización una proporción cada vez mayor del comercio internacional es comercio entre empresas, fuera de los límites nacionales pero entre subsidiarias de la misma firma. A comienzos de los 70, ese comercio entre firmas representó alrededor de un quinto del comercio mundial, pero a principios de los 90 la proporción alcanzaba un tercio. Tal vez de mayor importancia es el cambio en la composición del comercio entre firmas. En la segunda mitad del siglo XX se ha experimentado una disminución constante de la importancia de los productos básicos, y un marcado aumento de la importancia de los bienes manufacturados y los productos intermedios en el comercio entre empresas. Corrientes de inversión A continuación consideraremos las corrientes de inversión, en las que hay diferencias en cuanto al destino geográfico, la distribución sectorial y la forma de riesgo de la inversión. En 1914, el total de inversiones extranjeras a largo plazo en la economía mundial se distribuían de la manera siguiente: 55 por ciento en el mundo industrializado (30 por ciento en Europa, 25 por ciento en Estados Unidos) y 45 por ciento en el mundo subdesarrollado (20 por ciento en América Latina y 25 por ciento en Asia y África). En 1992, el total de inversión extranjera directa en la economía mundial estaba distribuida de manera mucho más despareja: 78 por ciento en los países industrializados y 22 por ciento en los países en desarrollo. No tenemos datos comparables de las corrientes de inversión durante los dos períodos. No obstante, durante la década del 80, los países industrializados absorbieron el 80 por ciento de los ingresos de inversión extranjera directa de la economía mundial, mientras que los países en desarrollo recibieron sólo el 20 por ciento. Resulta claro que los países en desarrollo son ahora mucho menos centrales para el proceso. Pero la red espacial de inversión extranjera directa sin lugar a dudas es más amplia de lo que era a principios de este siglo. Los receptores principales fueron entonces China, India e Indonesia en Asia, y Argentina, Brasil y México en América Latina. La cantidad de receptores es ahora mucho mayor y la Distribución sectorial es también considerablemente diferente. En 1913, el sector primario representaba el 55 por ciento de la inversión extranjera mundial a largo plazo, mientras que el transporte, el comercio y la distribución representaban otro 30 por ciento, el sector manufacturero representaba sólo el 10 por ciento y gran parte de este volumen se concentraba en América del Norte o Europa (Dunning, 1983). En 1992, el sector primario representaba menos del 10 por ciento del volumen mundial de inversión extranjera directa, mientras que el sector manufacturero representaba alrededor del 40 por ciento y el sector servicios el restante 50 por ciento. La naturaleza del riesgo que corrían los inversionistas extranjeros fue diferente en ambas etapas. A principios del siglo XX la inversión fue sólo a largo plazo: dos tercios fue inversión de cartera y un tercio fue inversión directa. A fines del siglo XX, gran parte de esa inversión a largo plazo es directa, si bien la inversión en cartera aumentó abruptamente en la década del 90. Corrientes financieras Volvamos a las corrientes financieras. La diferencia más notable es la dimensión de los mercados financieros internacionales en términos absolutos. No obstante, hay diferencias importantes en cuanto al destino, el objeto, los intermediarios y los instrumentos. En los últimos 25 años del siglo XIX, las corrientes de capital fueron un medio para transferir recursos invertibles a los países subdesarrollados o a los países recientemente industrializados con las oportunidades de crecimiento más atractivas. En los últimos 25 años del siglo XX, esas corrientes de capital están destinadas mayoritariamente a los países industrializados, con altos déficits y tasas de interés elevadas, para financiar el consumo público y los pagos de transferencia, más que como inversión productiva (Kregel, 1994). En la primera fase de la globalización -de 1870 a 1913-, el objetivo de las corrientes financieras era encontrar vías para la inversión a largo plazo en busca de utilidades. En la segunda fase -desde principios de los 70- las corrientes financieras están constituidas en gran medida por movimientos de capital a corto plazo, sensibles a los tipos cambiarios y a las tasas de interés, en busca de ganancias de capital. Los intermediarios también son diferentes. A fines del siglo XIX los bancos fueron los únicos intermediarios entre los prestatarios y los prestamistas, bajo la forma de bonos con vencimientos a muy largo plazo. A fines del siglo XX, los inversionistas institucionales, tales como los fondos de pensión y los fondos mutuos, son más importantes que los bancos, que siguen actuando como intermediarios pero que ahora piden prestado a corto plazo para prestar a largo plazo, lo que da como resultado un desfasaje de los vencimientos. Por consiguiente, los instrumentos financieros son ahora mucho más sofisticados y diversificados que antes. A fines del siglo XIX había mayoritariamente bonos a largo plazo con garantías soberanas concedidas por las potencias imperiales o los gobiernos de los países prestatarios. A fines del siglo XX hubo una cantidad enorme de innovación financiera a través de la introducción de derivados (futuros, swaps y opciones). Estos derivados (que tampoco son enteramente nuevos para el mundo y se sabe que existieron en los siglos XVII y XVIII: opciones en la bolsa de valores de Amsterdam y futuros en el mercado de arroz de Osaka), son una forma de administrar los riesgos financieros asociados con la inversión internacional. Esto es esencial ahora porque, a diferencia de la fase de globalización anterior, existe un desfasaje en los vencimientos y los estados nacionales no ofrecen una seguridad efectiva. Los mercados financieros internacionales simplemente desarrollaron los instrumentos para cubrir las necesidades de la época. Es paradójico que esos derivados, que fueron introducidos para contrarrestar los riesgos, puedan, de hecho, aumentar el riesgo asociado con las corrientes financieras internacionales aumentando la volatilidad de los movimientos de capital a corto plazo. Las corrientes de mano de obra La diferencia fundamental entre las dos etapas de la globalización es en el ámbito de las corrientes de mano de obra. A fines del siglo XIX no hubo restricciones a la movilidad de personas a través de las fronteras nacionales. Rara vez se exigía el pasaporte y los inmigrantes obtenían la ciudadanía con facilidad. Entre 1870 y 1914, la migración internacional de mano de obra fue enorme. Durante ese período, alrededor de 50 millones de personas abandonaron Europa, dos tercios de las cuales fueron a Estados Unidos, mientras que el tercio restante fue a Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Argentina y Brasil (Lewis, 1977). Esta emigración masiva de Europa representó un octavo (1/8) de su población en 1900. Para algunos países como el Reino Unido, Italia, España y Portugal, la migración constituyó el 20 y hasta el 40 por ciento de su población (Stalker, 1994). Pero eso no fue todo. Un poco antes, luego de la abolición de la esclavitud en el Imperio Británico, aproximadamente 50 millones de personas abandonaron India y China para trabajar como mano de obra contratada en las minas, plantaciones y obras de construcción de América Latina, el Caribe, América del Sur, el sudeste asiático y otras tierras distantes (Tinker, 1974 y Lewis, 1978). Los destinos fueron principalmente colonias británicas, holandesas, francesas y alemanas. En la segunda mitad del siglo XX, durante el período 1950-1970, la emigración internacional de mano de obra desde los países en desarrollo hacia el mundo industrializado fue bastante reducida, en gran medida debido a la falta de trabajo en la Europa de la posguerra. Pero desde entonces la migración internacional se ha reducido enormemente debido a leyes de inmigración draconianas y prácticas consulares restrictivas. La única prueba significativa de la movilidad laboral durante el último cuarto de este siglo es la emigración temporaria de trabajadores a Europa, Medio Oriente y el este de Asia. La actual fase de globalización encontró sustitutos a la movilidad laboral en la forma de corrientes comerciales y corrientes de inversión. Por un lado, los países industrializados importan actualmente bienes manufacturados que implican escasa mano de obra: la cuota de los países en desarrollo en las exportaciones manufacturadas mundiales aumentó del 5,5 por ciento en 1970 al 15,9 por ciento en 1990, mientras que la cuota de exportaciones manufacturadas en el total de exportaciones de los países en desarrollo aumentó de 18,7 por ciento en 1970 a 54,7 por ciento en 1990. Por otro lado, los países industrializados exportan capital, que en el exterior emplea escasa mano de obra. En 1992, por ejemplo, el empleo total ofrecido por las trasnacionales fue de 73 millones, de los cuales 44 eran empleos en los países sede, mientras que 17 millones eran empleos en filiales en países industrializados y 12 millones en filiales en países en desarrollo. La participación de los países en desarrollo en ese tipo de empleo aumentó de un décimo en 1985 a un sexto en 1992. La primera etapa de la globalización a fines del siglo XX estuvo caracterizada por una integración de los mercados a través de un intercambio de bienes que fue facilitado por el movimiento de capital y mano de obra a través de las fronteras nacionales. Esto se asoció con una división vertical simple de la mano de obra entre los países de la economía mundial. La segunda etapa de la globalización, a fines del siglo XX, está caracterizada por una integración de la producción con vínculos más profundos y amplios -salvo que prácticamente no existe movilidad laboral-. Esa integración se refleja no solamente en el movimiento de bienes, servicios, capital, tecnología, información e ideas, sino también en la organización de las actividades económicas a través de las fronteras nacionales. Esto está asociado con una división del trabajo más compleja -en parte horizontal y en parte vertical- entre los países industrializados y un pequeño grupo de países en desarrollo de la economía mundial. III. DESIGUALDADES Y ASIMETRÍAS Una comparación de la globalización de fines del siglo XX con la globalización de fines del siglo XIX indica que el juego es similar, aunque no el mismo, y que los jugadores son nuevos y las reglas del juego muy diferentes. El proceso de globalización estuvo dominado en aquel entonces por los estados nacionales imperiales no sólo en el reino de la política sino también en la esfera de la economía. No hay dudas de que esos estados nacionales imperiales fueron los actores claves del juego. El proceso de globalización tiene ahora actores nuevos. Hay dos grupos principales en este juego: las trasnacionales, que dominan la inversión, la producción y el comercio de la economía mundial, y la banca internacional o intermediarios financieros, que controlan el mundo de las finanzas. Parecería que la coyuntura actual representa la frontera final de las posibilidades del capitalismo para organizar la producción, el comercio, la inversión y las finanzas a escala mundial sin trabas, salvo, por supuesto, controles estrictos en la movilidad laboral (Nayyar, 1988). No es de extrañar que el advenimiento del capital internacional haya implicado ajustes políticos importantes en el mundo contemporáneo. Indujo un retiro estratégico de parte de los estados nacionales en algunas esferas importantes. En tal sentido, los estados nacionales no cumplen, como jugadores, el papel clave que cumplieron a fines del siglo XIX, durante la primera expresión de la globalización. Siguen siendo los principales actores políticos pero ya no son los principales actores económicos. Vivimos en una época en que la autonomía del estado nacional es menoscabada por el capital industrial internacional y el capital financiero internacional, tanto en el mundo industrializado como en el mundo en desarrollo. No obstante, cabe señalar que existe una diferencia cualitativa en la relación entre el capital internacional y el estado nacional cuando se compara el mundo industrializado con el mundo en desarrollo. En aquél, el estado nacional tiene mucho más margen de maniobra que el estado nacional del mundo en desarrollo. En los países industrializados, los intereses políticos del estado nacional a menudo coinciden con los intereses económicos del capital internacional. No ocurre lo mismo en los países en desarrollo, sede de muy pocas trasnacionales o bancos internacionales. A pesar de los profundos cambios provocados por la etapa actual de la globalización, sería ingenuo ignorar al estado nacional, ya que sigue siendo un actor crucial en términos políticos y estratégicos. Aún hoy, sólo los estados nacionales tienen la autoridad para fijar las reglas del juego. Los estados nacionales del mundo industrializado proporcionan al capital internacional los medios para fijar nuevas reglas para el juego de la globalización. Los estados nacionales del mundo en desarrollo proporcionan a estos países y sus pueblos los medios para encontrar grados de libertad con respecto al capital internacional en la búsqueda del desarrollo. El proceso de globalización, tanto entonces como ahora, se ha caracterizado por la desigualdad y asimetrías -económicas y políticas- entre los países. Estas desigualdades y asimetrías estuvieron -y están- implícitas en las reglas del juego. Las postrimerías del siglo XIX fueron la era del imperio. Había pocos estados nacionales imperiales de un lado, y muchas colonias (de jure o de facto) del otro. El poder político desigual significó el dominio de unos pocos y el yugo de muchos. Las reglas del juego las fijaba el poderío militar de las potencias imperiales. La relación desigual estaba sostenida, por así decirlo, por la diplomacia de las cañoneras. Y los riesgos asociados con el comercio, la inversión y las finanzas a través de las fronteras nacionales estaban suscritos por los estados nacionales imperiales. El panorama de fines del siglo XX es diferente. No es que el uso del poderío militar haya desaparecido. En situaciones excepcionales, como en el caso de Irak, puede utilizarse pero sólo en la medida que haya intereses geopolíticos estratégicos de por medio. Como norma, en la etapa actual de globalización, no es algo deseable, en parte porque los estados nacionales no tienen la misma fuerza y en parte porque el capital internacional prefiere normas que puedan ser invocadas sin recurrir a la fuerza. Es con este fin que las trasnacionales y los bancos internacionales o los intermediarios financieros quieren establecer nuevas normas del juego que les permitan administrar los riesgos asociados a la globalización. En esta tarea, los estados nacionales del mundo industrializado proporcionan el poder político y el apoyo necesario. El marco multilateral de la OMC, el FMI y el Banco Mundial, es, quizás, el medio más importante. La Ronda Uruguay de negociaciones comerciales multilaterales fue lanzada en un intento por resolver la crisis del sistema internacional de comercio, pero se diferenció de las rondas anteriores en un sentido básico. Su centro de preocupación no fueron las reducciones arancelarias convencionales para la liberalización del comercio. En cierto nivel, en el ámbito de los temas tradicionales del GATT, se trataba de la aplicación de las normas del sistema multilateral de comercio que no estaban siendo observadas. Pero a otro nivel, en los temas nuevos, se trataba de la formulación de normas nuevas en esferas vitales de las transacciones económicas internacionales, muchas de las cuales han sido hasta ahora materia de negociaciones bilaterales. Si bien no alcanza con ello, es necesario reconocer por qué y cómo la Ronda Uruguay fue diferente de las anteriores rondas de negociaciones multilaterales de comercio. Las diferencias son mucho más amplias y profundas que el hecho de su mayor alcance. Las normas y principios tipo GATT, con su solución de diferencias, compensación y represalia, buscan extenderse más allá del comercio de bienes a las corrientes internacionales de capital, tecnología, información, servicios y personal. Los regímenes multilaterales para las medidas de inversión relacionadas con el comercio, los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio y el comercio de servicios, creados en la OMC, tienen gran coincidencia con los intereses de las trasnacionales, que son exportadoras de capital, líderes en tecnología y proveedoras de servicios en la economía mundial. Los intereses de las trasnacionales proporcionan a los estados nacionales de los países industrializados la resolución política para concluir las negociaciones. El régimen de disciplina internacional El régimen de disciplina internacional que se está creando es asimétrico en casi todas las dimensiones. La liberalización del comercio internacional de bienes es selectiva, ya que la disciplina sobre los obstáculos no arancelarios no es tan obligatoria en la medida que existen exclusiones importantes. En el sector de los textiles, el desmantelamiento del Acuerdo Multifibras sigue siendo una promesa distante, y en términos sustantivos la liberalización del comercio comenzaría sólo después de los inicios del siglo XXI. La presión de los países industrializados por introducir una "cláusula social" y una "cláusula ambiental" en la agenda del sistema mundial de comercio es simplemente un pretexto para sortear las normas de la liberalización del comercio toda vez que sea necesario. En el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios no hay casi nada sobre la movilidad laboral, que permitiría a los países en desarrollo explotar su ventaja comparativa en materia de servicios. En marcado contraste, sirve a los intereses de los países industrializados, que tienen una ventaja comparativa ostensible en servicios de capital intensivo o tecnología intensiva, aún si esto implica cambios en las leyes de inversión o las políticas tecnológicas de los países en desarrollo. La Ronda Uruguay no dio resultados significativos en cuanto a medidas de inversión relacionadas con el comercio, pero, desde entonces, los países industrializados aumentaron la presión para crear en la OMC un régimen multilateral para la inversión internacional. Además de la norma de nación más favorecida (de no discriminación), esta iniciativa busca el libre acceso y trato nacional para los inversionistas extranjeros, junto con disposiciones para poner en práctica compromisos y obligaciones para con los inversionistas extranjeros. Si bien se busca la liberalización y garantías para las corrientes de inversión, el régimen internacional de disciplina para las corrientes de tecnología encarna la protección con garantías. El régimen de la OMC para la protección de los derechos de propiedad intelectual, además de proteccionista es restrictivo. La desigualdad es obvia. Busca proteger las ganancias monopólicas de las trasnacionales pero ignora las consecuencias para los países en desarrollo (Nayyar, 1993). Es posible que éstos ya no puedan conseguir más las tecnologías necesarias a precios accesibles, mientras que, por otro lado, se impide el desarrollo de capacidades tecnológicas nacionales. Tal vez la transferencia de tecnología aminore y haya un aumento de la incidencia de prácticas comerciales restrictivas por parte de las trasnacionales. Parecería que el marco institucional para la globalización está caracterizado por una asimetría pronunciada. Las fronteras nacionales no deberían importar para las corrientes comerciales y de capital, pero deberían estar claramente demarcadas para las corrientes de tecnología y de mano de obra. De ahí sigue que los países en desarrollo deberían brindar acceso a sus mercados sin un acceso correlativo a la tecnología y deberían aceptar la movilidad de capital sin una disposición correspondiente para la movilidad de la mano de obra. Esta asimetría -particularmente entre el movimiento libre de capital y el movimiento limitado de mano de obra a través de las fronteras nacionales- está en el corazón de la desigualdad de las reglas del juego de la globalización de fines del siglo XX. Estas nuevas reglas, que sirven a los intereses de las trasnacionales en el proceso de globalización, son explícitas como parte integral de un régimen multilateral de disciplina. Las reglas del juego, que servirían a los intereses de la banca internacional o de los intermediarios financieros en el proceso de globalización, son en parte implícitas y en parte no están escritas. Aun aquí hay una asimetría, ya que hay reglas para unos pero no para otros. No hay reglas para los países excedentarios o incluso deficitarios del mundo industrializado que no piden prestado a las instituciones financieras multilaterales. Pero el FMI y el Banco Mundial fijan normas para los prestatarios del mundo en desarrollo y el ex bloque socialista. El condicionamiento está pensando, en principio, para asegurar el reembolso del préstamo, pero en la práctica impone condiciones o invoca normas en beneficio de la banca internacional que presta a los mismos países. Las instituciones de Bretton Woods, pues, actúan como perros guardianes para los prestamistas en los mercados internacionales de capital. Esto ha sido así durante algún tiempo. Pero ahora hay más. Los programas de estabilización del FMI y los programas de ajuste estructural del Banco Mundial en los países en desarrollo y los antiguos países comunistas imponen condiciones que estipulan una reforma estructural de los regímenes políticos. El objetivo es aumentar el grado de apertura de estas economías y reducir el papel del Estado, de manera que las fuerzas del mercado moldeen las decisiones económicas. De esta manera, las instituciones de Bretton Woods buscan armonizar políticas e instituciones a través de los países, lo que también cubre las necesidades de globalización. Los mercados financieros internacionales son, tal vez, la excepción, en cuanto tienen un poder enorme incluso frente a los gobiernos y bancos centrales de los países industrializados. La globalización de las finanzas ciertamente ha erosionado la capacidad de los gobiernos en general de aplicar impuestos, imprimir moneda y pedir prestado. La administración macroeconómica en la búsqueda de un equilibrio interno y externo es mucho más difícil. Pero los mercados financieros son erráticos en su ejercicio de la disciplina. Todavía no se han fijado las reglas del juego. No obstante, incluso aquí existe una asimetría en tanto las finanzas internacionales no pueden ejercer ninguna disciplina sobre el poder económico dominante sin arriesgar la estabilidad del sistema financiero internacional. En la medida en que el dólar estadounidense es la única moneda nacional que puede servir como dinero internacional, es tan buena como el oro, y los mercados financieros pensarían muy bien antes de patear la piedra en la que están parados. IV. GLOBALIZACIÓN Y DESARROLLO DESIGUAL Debería ser obvio que el proceso de globalización no reproducirá a Estados Unidos en todos lados, tal como un siglo antes no reprodujo a Gran Bretaña en todos lados. En ese entonces estuvo asociado con un desarrollo desigual, al igual que ahora, no sólo entre países sino también dentro de los países. Esta es la lección que nos da la historia. Las consecuencias económicas de la globalización de fines del siglo XIX fueron, como mínimo, asimétricas. La mayoría de los beneficios de la integración económica internacional de esta época fueron para los países imperiales que exportaron capital e importaron productos básicos. Hubo unos pocos países, como Estados Unidos, Canadá y Australia -tierras nuevas con climas templados y colonos blancos- que también obtuvieron algunos beneficios. En estos países se crearon las precondiciones para la industrialización y la integración económica internacional fortaleció este proceso. La inversión extranjera directa en las actividades de manufactura, estimulada por el aumento de los obstáculos arancelarios y combinada con corrientes tecnológicas y de gestión, reforzó el proceso (Lewis, 1978 y Panic, 1992). El resultado fue industrialización y desarrollo. Pero esto no ocurrió en todos lados. El desarrollo fue desparejo en el mundo industrial. Gran parte del sur y este de Europa quedó a la zaga. Esto significó divergencia más que convergencia en términos de industrialización y crecimiento. Países de Asia, África y América Latina, que también fueron parte de este proceso de globalización, no fueron tan afortunados. En efecto, durante el mismo período de rápida integración económica internacional, algunas de las economías más abiertas de esta etapa de globalización -India, China e Indonesia- experimentaron desindustrialización y subdesarrollo. Es necesario que recordemos que, en el período que va de 1870 a 1914, estos tres países practicaron el libre comercio tanto como el Reino Unido y Holanda, donde los niveles arancelarios promedio fueron casi insignificantes (de 3 a 5 por ciento), en contraste con los de Alemania, Japón y Francia, algo más elevados (de 12 a 14 por ciento), mientras que los niveles arancelarios de Estados Unidos fueron mucho más elevados (33 por ciento). Y más aún, estos tres países estuvieron también entre los mayores receptores de inversión extranjera (Maddison, 1989). Pero su globalización no condujo al desarrollo. El resultado fue similar en otros lados: en Asia, África y América Latina. Tanto que entre 1860 y 1913 la participación de los países en desarrollo en la producción de manufacturas disminuyó de más de un tercio a menos de un décimo (Bairoch, 1982). La producción orientada a la exportación en minas, plantaciones y agricultura de cultivos comerciales creó enclaves en esas economías, que se integraron a la economía mundial en una división vertical del trabajo. Los niveles de productividad fuera de los enclaves de exportación se estancaron en índices muy bajos. Simplemente crearon estructuras económicas duales donde los beneficios de la globalización fueron a parar en gran parte al mundo exterior y en muy pequeña parte a las élites locales. El proceso desparejo de la globalización El proceso de la globalización fue desparejo entonces, y lo es ahora. Hay menos de una docena de países en desarrollo que son parte integral de la globalización a fines del siglo XX: Argentina, Brasil y Méixco en América Latina, y Corea, Hong Kong, Taiwán, Singapur, China, Indonesia, Malasia y Tailandia en Asia. Estos once países representaron en el período de 1970 a 1980, aproximadamente el 30 por ciento del total de exportaciones de los países en desarrollo. Esta cuota aumentó a 59 por ciento en 1990 y 66 por ciento en 1992. Los mismos países, incluida Corea, fueron también los principales receptores de inversión extranjera directa en el mundo en desarrollo, representando el 66 por ciento del promedio de corrientes anuales durante el período 1981-1991. No hay datos firmes sobre la distribución de las inversiones en cartera, pero existe bastante certeza de que los mismos países, descritos como "mercados emergentes", fueron los destinatarios de una parte mayoritaria de las corrientes de inversión en cartera al mundo en desarrollo. Esta evidencia indica que la globalización es más despareja en su apliación y que existe una exclusión en el proceso. El África subsahariana, el occidente de Asia, Asia central y el sur de Asia simplemente no aparecen en el escenario, aparte de varios países de América Latina, Asia y el Pacífico, que fueron dejados fuera. Los beneficios de la integración a la economía mundial, a través de la globalización, serían sólo para los países que sentaron los requisitos básicos para la industrialización y el desarrollo. Esto implica invertir en el desarrollo de recursos humanos y la creación de una infraestructura física. Esto significa aumentar la productividad del sector agrícola. Esto significa utilizar políticas industriales estratégicas para el desarrollo de las capacidades en materia tecnológica y de gestión a micronivel. Esto significa crear instituciones que regulen, gobiernen y faciliten el funcionamiento de los mercados. En cada una de estas búsquedas, las formas estratégicas de la intervención estatal son esenciales. Los países que no han creado estas precondiciones podrían terminar globalizando los precios sin globalizar los ingresos. En el proceso, un sector muy limitado de su población podría integrarse a la economía mundial, en términos de modelos de consumo o de estilos de vida, pero una gran parte de su población quedaría aún más marginada. La globalización redujo la autonomía del estado nacional en materia económica, si no política, pero quedan ciertos grados de libertad que deben ser explotados en la búsqueda de la industrialización y el desarrollo. El objetivo de una estrategia de desarrollo sensible en el contexto de la globalización debería ser crear el espacio económico para la búsqueda de intereses nacionales y objetivos de desarrollo. En esta tarea, al estado nacional le cabe un papel estratégico. El éxito en el desarrollo económico se observa principalmente en los casos en los que el Estado cumplió ese papel estratégico frente al capital internacional y también creó las precondiciones para la industrialización. Esto resulta evidente si consideramos, por ejemplo, la experiencia de desarrollo del capitalismo industrial en Japón después de la Restauración meiji en 1868 o el surgimiento del socialismo de mercado en China después de la modernización y el programa de reformas lanzado en 1978. El papel económico del Estado ha sido igualmente crucial en Corea del Sur, Taiwan e incluso Singapur (Amsden, 1989 y Wade, 1991). El proceso de globalización ha sido desparejo a lo largo del tiempo y a través del espacio. Las desigualdades y asimetrías implícitas en el proceso que llevaron a un desarrollo desigual a fines del siglo XIX, en gran medida por razones políticas, están destinadas a crear un desarrollo desigual a fines del siglo XX, en gran medida por razones económicas. Existe el peligro real de que algunos países queden excluidos de este proceso de globalización, al igual que muchas personas dentro de esos países quedarían excluidas de la prosperidad. Esa exclusión del proceso de desarrollo aumentaría la distancia económica entre países y ampliría las disparidades de ingreso entre los pueblos del mundo. Esto sería difícil de mantener en un mundo donde los efectos de la exhibición son fuertes y están reforzados por la globalización, que crea fuertes aspiraciones de modelos de consumo o estilos de vida. La privación económica podría acentuar las divisiones sociales y la alienación política. Los estados nacionales del mundo en desarrollo no pueden eludir estos problemas. Los entusiastas de la globalización deben reconocer que no llegamos ni al final de la historia ni al final de la geografía. No llegamos al final de la historia pues la economía de mercado tuvo su tope en Europa oriental, donde no mejoró las condiciones de vida de la gente y el proceso electoral está haciendo retornar al poder a los partidos comunistas reformados. No llegamos al final de la geografía pues los estados nacionales no pueden existir en un vacío político y deben luchar por mejorar las condiciones económicas de sus pueblos. Por lo tanto, existe una economía estratégica y un papel político para el Estado que es necesario reconocer. De lo contrario, la historia se reiteraría y la globalización sólo reproduciría un desarrollo desigual. Bibliografía Amsden, A. (1989). Asia's Next Giant:
South Korea and Late Industrialisation, New York : Oxford
University Press. Fuentes Banco de Pagos Internacionales (BPI).
Investigación de la Actividad del Mercado de Divisas:
1992, Basilea. Deepak Nayyar es profesor de Economía de la
Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi y ex Asesor
Principal de Economía del gobierno de India. Esta es una
versión revisada de la Alocución Presidencial del autor
a la Asociación Económica de india en su 78ª
Conferencia Anual, el 28 de diciembre de 1995 en
Chandigarh. |