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Crisis financiera
 

Brasil

Se requieren soluciones nuevas

La crisis de Brasil demuestra que los responsables del sector económico del mundo no aprendieron de las crisis asiática y rusa. A pesar de que se habla de una "nueva arquitectura financiera", el FMI y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos siguen insistiendo en que las abatidas economías en desarrollo se ciñan a las políticas desacreditas del libre flujo de capital, altas tasas de interés y austeridad presupuestal. El resultado para Brasil ha sido desastroso. Se necesitan nuevos modelos y nuevas políticas que incluyan medidas para estabilizar la moneda y regular las corrientes de capital.

Martin Khor

Mientras el mundo observa cómo Brasil intenta desesperadamente salir de una crisis financiera profunda, el centro de interés recae nuevamente en esta pregunta clave: ¿qué debería hacer un país para impedir que un posible problema monetario se convirtiera en una crisis económica generalizada?

La crisis de Asia oriental, que comenzó a mediados de 1997 y explotó el año pasado, y la crisis rusa que se manifestó en la segunda mitad de 1998 deberían haber brindado suficientes lecciones ya como para impedir o al menos reducir la dimensión de una nueva crisis en otro país. Varios analistas serios -y por lo menos una institución importante, la Conferencia de las Naciones Unidas de Comercio y Desarrollo (UNCTAD)-, concluyeron que las crisis habían sido causadas por la naturaleza del moderno sistema financiero mundial.

Debido a la desregulación financiera de la mayoría de los países, se permite el ingreso y egreso de dinero de los países. Como adhieren al principio de permitir una libertad de movilidad de capital casi total en el mercado, dichos países se expusieron a una extrema volatilidad de fondos que entran y salen, y así a una elevada inestabilidad económica. Además, los nuevos instrumentos financieros (tales como derivados, contratos a futuro y la venta de monedas sin cobertura) así como nuevas instituciones financieras (como los fondos con cobertura con alto nivel de endeudamiento) implicaron que un puñado de actores importantes pudieron influir en los mercados financieros y también manipularlos. Así, los valores de la moneda y el mercado de valores podrían estar determinados no sólo o siquiera primordialmente por fuerzas del mercado "libre" que reflejan las condiciones fundamentales del comercio, la producción y los equilibrios financieros, sino ser manipulados y definidos por grandes actores financieros.

Los países de Asia oriental adhieren a la libre movilidad del capital. Debido a la liberalización, Indonesia, Tailandia y Corea también contrajeron elevadas deudas externas a corto plazo en el sector privado. Los países asiático también tuvieron monedas estables, pero fueron objeto de ataques especulativos, y después de haber hecho intentos inútiles por mantener las tasas, pusieron a flotar las monedas locales, que luego devaluaron drásticamente. Los países perdieron miles de millones de dólares de sus reservas de divisas, en primer lugar a través de los infructuosos intentos por defender sus monedas y en segundo lugar a través del egreso masivo de fondos en poder de extranjeros (tales como créditos o acciones) así como de nacionales. La fuga de capitales empeoró la depreciación de la moneda y agotó las reservas en divisas, tornando más difícil o imposible para los países pagar los intereses de sus deudas externas.

El ingreso al FMI

Se llamó al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que interviniera, pero sólo sirvió para empeorar la crisis. A cambio de los "paquetes de salvataje", que comprenden préstamos enormes, insistió en que los países mantuvieran su sistema financiero abierto y lo liberalizaran aún más, lo que daría más libertad a la entrada y salida de fondos. Eso significaba que el tipo cambiario continuaría sujeto a la especulación y a una mayor depreciación en la medida que los países estaban en situación de pánico financiero, predominando el comportamiento gregario y todos los acreedores o inversores queriendo sacar su dinero.

Para contrarrestar esta estampida, el FMI pidió a los países que dieran confianza al inversionista extranjero elevando las tasas de interés, imponiendo una restricción del crédito, cerrando ciertos bancos afectados y recortando el gasto público. Pero esas medidas indujeron una recesión mucho mayor de la que hubiera ocurrido.

El deterioro de la economía real erosionó aún más la confianza y provocó una mayor depreciación. Algunos de los países (Corea e Indonesia, y más tarde Rusia) cayeron entonces en una situación en la que no podían servir sus deudas externas. Corea llegó a un acuerdo con sus acreedores extranjeros para refinanciar algunas de las deudas vencidas después de que el gobierno aceptó garantizar el reembolso de los préstamos de los bancos coreanos. Varias compañías indonesias incumplieron los pagos de los préstamos contraídos en el exterior y el gobierno todavía está intentando encontrar una solución amplia. Rusia declaró una moratoria en el pago de la deuda externa (así como interna), provocando pérdidas y una situación cercana al pánico entre las instituciones extranjeras.

La nueva arquitectura financiera

Hubo ciertas esperanzas de que los poderosos agentes financieros mundiales impondrían cierto orden al caos financieros en expansión cuando el presidente de Estados Unidos y el secretario del Tesoro hablaron el año pasado acerca de su intención de elaborar una nueva arquitectura financiera.

Pero lo único "nuevo" que resultó de ese esfuerzo fue que el FMI estaba dispuesto desde ahora a conceder un programa de salvataje a los países en desarrollo que lo necesitaran antes de hundirse en una crisis en lugar de después, cuando ya fuera demasiado tarde. Presumiblemente, la promesa de un préstamo importante ayudaría a frenar a los especuladores de monedas, salvando así al país de una devaluación. Fuera de ese cambio, el programa de salvataje seguiría siendo el mismo, aun cuando su contenido ya demostró ser perjudicial en los recientes casos de Asia y Rusia.

Brasil pasó a ser el primer beneficiario de este "nuevo esquema". Las mismas viejas políticas de mantener estrictamente un régimen de libre corriente de capital, intentos de defender la moneda, tasas de interés elevadas, restricción del crédito y presupuesto austero, se combinaron para inducir una recesión sin poder salvar al país de una fuga en gran escala de capital y ahora una brusca devaluación.

El nuevo esquema resultó ser casi exactamente igual al viejo, y produjo los mismos resultados desastrosos en Brasil. La "nueva arquitectura financiera" yace en ruinas, al igual que la reputación del FMI y la del Tesoro de Estados Unidos, que fue quien en realidad diseñó los programas del FMI y la nueva arquitectura. Cuando Brasil puso su moneda en un régimen de flotación, lo hizo con la esperanza de que la devaluación se mantuviera a un ritmo suave o moderado. Con este fin se elevó en varios puntos las tasas de interés y ahora están por encima del 40 por ciento. Pero los esfuerzos han sido en vano. El real cayó del nivel previo a la depreciación de aproximadamente 1,2 con respecto al dólar estadounidense, a 1,31 (cuando la banda dentro de la cual se comercializaba la moneda se amplió) y luego a aproximadamente 1,5 (cuando se anunció la libre flotación). Para fines de enero, el real había caído a más de 2,1 antes de recobrarse al alrededor de dos unidades con respecto al dólar.

Los funcionarios de Brasilia y del FMI aceptaron que la caída fue mucho más abrupta de lo justificable por las magnitudes económicas fundamentales. Pero el ajuste excesivo en la depreciación de la moneda se ha convertido ahora en un rasgo típico de las crisis monetarias desde la caída del baht tailandés en 1997. La fuga de capitales continúa, aunque a un ritmo más lento. Apenas antes de la devaluación, aproximadamente 1.000 millones de dólares diarios abandonaban el país. Varios días después de la devaluación, según los informes, entre 300 y 400 millones de dólares salían diariamente del país.

La aritmética no tiene buena cara para Brasil. Tiene una abultada deuda externa, valorada a mediados de 1998 en 228.000 millones de dólares. La brusca depreciación de la moneda dificultará enormemente a Brasil el pago de los intereses de la deuda externa, para lo cual necesita grandes reservas de divisas, pero las reservas se han ido rápidamente debido a la fuga de capitales. Las reservas eran de 70.000 millones de dólares a fines de julio de 1998, pero cayeron a 42.600 millones de dólares a fines de octubre.

Para hacer frente a la crisis, el FMI inyectó alrededor de 10.000 millones de dólares para impulsar las reservas, pero los fondos continuaron saliendo. A fines de enero se informó que las reservas eran de aproximadamente 36.000 millones de dólares. Ya estaba en el tapete el interrogante de si los acreedores extranjeros iban a aceptar refinanciar las deudas a corto plazo del país, y si Brasil podía cumplir sus compromisos. El gobierno aseguró que pagaría los intereses de los préstamos extranjeros. Pero si los fondos continúan abandonando el país, pronto se llegará a un punto en que sencillamente no habrán suficientes divisas para pagar los préstamos exteriores a medida que llegue el plazo de vencimiento. Ahí es donde la crisis alcanzará el punto realmente crítico. La actual agonía de Brasil demuestra nuevamente el fracaso del enfoque adoptado por el FMI y Estados Unidos para sacar a flote las economías en dificultades.

Cuando esos países sufren ataques especulativos contra sus monedas y cuando la fuga de capitales se da a un ritmo alarmante, pueden mantener su sistema financiero abierto a la libre corriente de fondos o bien introducir algunos controles al capital y al tipo de cambio para impedir o reducir la salida de fondos y estabilizar la moneda. Brasil, aconsejado por el FMI y Estados Unidos, tomó el primer camino. Escogió permanecer aferrado al principio ortodoxo de dar libertad total a las corrientes financieras, sometiendo así la salida de fondos a las decisiones adoptadas por extranjeros y residentes. También intentó defender el nivel de la moneda, utilizando las reservas de divisas para comprar reales cuando se habían vendido demasiados volúmenes de la moneda, y elevando las tasas de interés para que resultara atractivo guardar fondos en Brasil. Cuando la situación siguió deteriorándose, el gobierno debió abandonar su defensa del real. Ante el temor de que el real continúe depreciándose, la gente continúa sacando su dinero del país.

"Esta película ya la vi"

Efectivamente, el drama actual de Brasil se parece a lo que ocurrió en Tailandia, Indonesia y Corea, que se quedaron sin reservas y debieron ser "rescatados" por el FMI, que luego aplicó medidas (como elevadas tasas de interés, contención monetaria y austeridad presupuestal) que agravaron aún más el problema. En Brasil ya se ha desencadenado una espiral de recesión. La depreciación tornará difícil o imposible para compañías y bancos pagar los préstamos que contrajeron con el exterior. Las elevadas tasas de interés también dificultarán el pago de los préstamos internos contraídos por las empresas, grandes y pequeñas. Significativamente, los gobiernos de los estados también tendrán muchas dificultades para pagar las deudas con el gobierno federal.

Las reducciones presupuestarias del gobierno, exigidas por el FMI, se agregarán a la contracción. El crecimiento no sólo resultará negativo: el Producto Nacional Bruto (PNB) puede entrar en una espiral descendente fuera de control. Los analistas del mercado ya están prediciendo una caída de cinco por ciento del PNB (comparado con las predicciones del gobierno de una caída de uno por ciento). Pero hasta esa cifra puede resultar demasiado optimista. La población en general (si no los responsables de la política económica) de Brasil y sus países vecinos están buscando ahora opciones para enfrentar la crisis de inestabilidad monetaria y fuga de capitales así como el amenazante problema del pago de la deuda.

Hasta ahora Brasil ha escogido el camino de mantener la movilidad de capitales y tener una flotación libre para el real (con ciertos intentos de intervención cuando cae por debajo de cierto nivel). Esto implicará tasas de interés elevadas (y en aumento) por cierto tiempo, lo que podría complicarle la vida a compañías, bancos y la economía real, sin que existan garantías de que vaya a cesar la fuga de capitales o que la moneda se vaya a estabilizar. Brasil podría optar por acordar una Tabla Monetaria para fijar el tipo de cambio y así impedir la pesadilla de continuas depreciaciones. Pero esto tiene su cuota de complicación. En primer lugar, probablemente sea objetado por el FMI, como efectivamente lo hizo cuando el presidente Suharto de Indonesia manejó seriamente esa posibilidad. En segundo lugar, a esta altura de la crisis sería necesario aplicar tasas de interés muy elevadas para impedir la pérdida de reservas de divisas, lo que provocaría niveles de recesión intolerables. En tercer lugar, como el modelo se apega a la libre movilidad del capital, seguiría habiendo una alta volatilidad de la corriente de fondos. En cuarto lugar, el país abandonaría su capacidad de fijar la política monetaria en la medida que la oferta de dinero estaría determinada por el volumen de dólares o de monedas extranjeras en sus reservas. Por último, el Banco Central no podrá seguir siendo el "prestamista de último recurso".

Con todas esas desventajas de un sistema de Tabla Monetaria, ¿qué otra cosa puede hacer un país para estabilizar su moneda y contener la fuga de capitales? Un modelo alternativo obvio es el conjunto de medidas adoptadas recientemente por Malasia. A su vez, varios de los elementos del sistema nuevo de Malasia fueron adoptados del sistema imperante en China. El rasgo característico es simplemente que el Banco Central de un país fije la moneda local a determinada cotización con una moneda de referencia escogida (en el caso de Malasia y China se eligió el dólar estadounidense). El Banco Central cambiará la moneda local por el dólar estadounidense a esa cotización con los bancos comerciales, y también requiere que los bancos y las casas cambiarias se ajusten a esa cotización.

Para limitar la volatilidad de las corrientes de capital, Malasia continúa permitiendo la libre conversión de la moneda nacional a monedas extranjeros con fines comerciales y de inversión extranjera directa (o para usos de "cuenta corriente") pero impone restricciones a otros fines de ingreso o egreso de capitales. Por ejemplo, los inversionistas de cartera de divisas deben mantener sus fondos durante un año, y los residentes tienen restricciones en las cantidades que pueden sacar así como en los propósitos para los cuales desean sacar el capital. Para impedir la manipulación por parte de especuladores monetarios, se "desinternacionaliza" el ringgit en la medida que no se reconoce su comercialización fuera de Malasia. También se adoptaron medidas para detener el comercio en el exterior de las acciones de la bolsa cambiaria de Malasia.

Este conjunto de medidas no es tan radical y el contenido no puede representar una amenaza a los demás países. Después de todo, nadie está condenando a las autoridades chinas por mantener su sistema, y en realidad se presiona constantemente a China para que no abandone su fijación al dólar. La adopción por parte de Malasia de medidas al estilo chino fue criticada por las estructuras financieras mundiales porque sirve de ejemplo a los países que ya han liberalizado su sistema, de que pueden escoger regular su sistema financiero para impedir o por lo menos contrarrestar el círculo vicioso de depreciación, fuga de capitales, altas tasas de interés y deflación.

Valdría la pena que Brasil y otros países que enfrentan crisis financieras miraran de cerca los modelos chino y malasio. Y lo que es más importante, ya es hora de que el FMI y los países ricos que son los principales accionistas del organismo multilateral, demuestren cierta buena voluntad para permitir a los países en desarrollo que están bajo la égida del FMI que adopten tipos cambiarios y controles de capital cuando estén en peligro de ser objeto de ataques especulativos. Después de todo, las soluciones del FMI y Estados Unidos no funcionan y han llevado a un país tras otro al abismo del caos financiero y la deflación económica. Con el viejo modelo tan desacreditado por los hechos, los que detentan el poder mundial deberían permitir a los países más pobres la posibilidad de intentar otros modelos.


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