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Comercio
 
El comercio puede hacer maravillas
pero no milagros


Una de las lecciones de la crisis actual que debiéramos haber aprendido todos es que el comercio no es una fuerza autónoma que actúa en el vacío, dice el autor. El comercio puede hacer maravillas pero no milagros. Cuando un país tras el otro es forzado a reducir radicalmente sus importaciones -los cinco países asiáticos más afectados en casi un tercio y Japón en un 10 por ciento el último año- algo tiene que pasar.

por Rubens Ricúpero


Desde su comienzo a mediados de 1997, la crisis más seria de desarrollo registrada hasta ahora ha devastado el Sudeste y el Este de Asia, tras de ello a Rusia y más recientemente postró a Brasil y a América Latina. Pero nadie puede decir cuáles serán las próximas regiones en las que ella puede aún causar estragos. Ante estas crisis financieras crecientemente intensas, frecuentes y destructivas, es razonable rehusarse a admitir que estamos enfrentándonos a episodios tumultuosos provocados por erróneas políticas nacionales, en vez de a una inestabilidad y volatilidad estructural resultante de profundos cambios en el sistema internacional.

Una de las lecciones de la crisis que debiéramos haber aprendido todos es que el comercio no es una fuerza autónoma que actúa en el vacío. El comercio puede hacer maravillas pero no milagros. Cuando un país tras el otro es forzado a reducir radicalmente sus importaciones -los cinco países asiáticos más afectados en casi un tercio y Japón en un 10 por ciento el último año- algo tiene que pasar.

De este modo, los reajustes en los saldos de las cuentas corrientes están siendo conseguidos con los medios más expeditivos: no a través del círculo virtuoso de la expansión de las exportaciones que conduce al crecimiento de las importaciones, sino a través del círculo vicioso de la reducción de las importaciones, que genera una desaceleración en los volúmenes de las exportaciones. E incluso cuando los volúmenes de las exportaciones aumentan se produce una disminución en sus precios a causa de los efectos deflacionarios combinados de la contracción de la demanda, del exceso de abastecimiento y de las devaluaciones monetarias. De este cuadro se desprende claramente que no se pueden tener muchas esperanzas de que los países en desarrollo consigan superar la crisis.

En cambio, los países industrializados se han librado en amplia medida del virulento contagio y, en general, incluso se han beneficiado. Ganaron, gracias a este colapso sin precedentes, con los precios más bajos de las materias primas, con las importaciones de productos manufacturados baratos de países forzados a devaluar sus monedas, con un mejoramiento en los términos de sus intercambios comerciales con los países en desarrollo y con el traslado a sus mercados accionarios de los flujos financieros de los mercados emergentes en un "vuelo hacia la calidad". Todo ello explica de algún modo por qué ha sido posible mantener el milagro de la continua expansión de los países industrializados sin caer en un sobrecalentamiento económico o en un retorno de la inflación.

Las naciones industrializadas todavía disfrutan de una considerable libertad para emprender políticas de expansión económica. En un documento reciente, la Conferencia de las Naciones sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) sugirió recientemente la inyección directa de liquidez en los países en desarrollo a través de canales oficiales para elevar la demanda, las importaciones y el crecimiento. Otro enfoque podría ser el de una rápida cancelación de la impagable deuda oficial y multilateral de los países pobres altamente endeudados.

¿Qué esperan y desean los países en desarrollo de las futuras negociaciones comerciales? Mayor acceso y mayor flexibilidad. Mayor acceso a los mercados para los bienes y los servicios de los países en desarrollo, así como a las inversiones ''verdes'', que generan una capacidad exportadora adicional y habilidades compartidas, más fondos para las necesidades de desarrollo, más acceso para su trabajo calificado en los mercados mundiales de servicios y a nuevas técnicas y conocimientos.

También deberán enfrentarse temas críticos tales como la postergación hasta el 2005 de una eliminación económicamente significativa de las restricciones aplicadas a las exportaciones de textiles y vestimenta de los países en desarrollo, la muy embrionaria liberalización del comercio agrícola, el abuso de procedimientos antidumping y el problema de las normas de origen, de las medidas fitosanitarias, de las pautas técnicas y de las barreras ambientales en aquellas áreas en las cuales los países en desarrollo se han convertido en exportadores exitosos.

Asimismo, a las naciones en desarrollo se les debería otorgar más flexibilidad para usar la variedad de políticas e instrumentos necesarios para el sumamente complejo y difícil proceso de desarrollo.

¿Cómo alcanzar estas metas?

Ante todo, organizaciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) deben ayudar a los países en desarrollo a convertirse en protagonistas activos en las futuras negociaciones. Ello requiere una agenda activa y positiva para las negociaciones comerciales de esas naciones, una estrategia constructiva y afirmativa en todos los temas bajo negociación, que deberían surgir de la vigorosa iniciativa y unidad de propósitos de los propios países en desarrollo. No se puede tolerar más la hipocresía de exaltar al comercio como el factor central del desarrollo y luego asignarle sólo dos por ciento de los fondos para la cooperación técnica a las actividades relacionadas con el comercio.

Raúl Prebisch, el fundador de la UNCTAD, acostumbraba a decir que darle a los pobres las condiciones necesarias para prosperar, exportar y por lo tanto incrementar de un modo sostenible su capacidad importadora, no es sólo un imperativo de justicia o de caridad sino un asunto de interés propio para los países industrializados. Pero el interés propio no es suficiente. Debemos agregarle solidaridad y volver a consagrarnos a cumplir el compromiso moral de ayudar a quienes están en situación desventajosa. Porque, en definitiva, es solamente la creencia en la unidad básica del género humano, en la necesidad de compartir responsabilidades y beneficios, lo que dará legitimidad y fuerza duradera a nuestro empeño.

Rubens Ricúpero es el Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).


 

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