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El pensamiento malthusiano The Corner House acaba de publicar un documento sobre la teoría elaborada en el siglo XVIII por el clérigo Thomas Malthus, y que aún hoy tiene sus seguidores. La idea central del malthusianismo es que el origen de todos los males está en el exceso de población, ocultando así las verdaderas causas de la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental provocadas por el sistema capitalista. Por Chakravarthi Raghavan Una década después de la caída del Muro de Berlín,
el fin de la Guerra Fría y el triunfo del capitalismo de mercado, el
pensamiento malthusiano es hoy el argumento que se sigue esgrimiendo
contra los reclamos de tierras, la emigración en busca de trabajo y
las críticas a la liberalización comercial. La organización no gubernamental (ONG) The Corner
House Research and Solidarity Group, de Gran Bretaña, señala en un
texto titulado "Pobreza, política y población" que el
malthusianismo es utilizado como herramienta para impedir el cambio
social y económico, y que se trata de un modo de pensar que oculta
las verdaderas causas de la pobreza, la desigualdad y la degradación
ambiental. El documento es un extracto editado de "El factor
Malthus: pobreza, política y población en el desarrollo
capitalista", de Eric B. Ross, publicado por Zed Books, Londres.
Ross es antropólogo y trabaja en el Instituto de Estudios Sociales de
La Haya, Holanda. Thomas Malthus llegó a la conclusión de que siempre
habrá personas que no tendrán comida porque la población humana
crece en progresión geométrica (se duplica cada 25 años) mientras
que la producción de alimentos se incrementa en proporción meramente
aritmética. Esta teoría es utilizada aún hoy como explicación de
la pobreza y la degradación ambiental. Occidente, e incluso las élites
orientales influidas por las ideas occidentales, todavía le temen al
peligro de "superpoblación". "Ningún otro marco ideológico ha servido tan
eficazmente como legitimador de los intereses, las teorías y
estrategias de desarrollo de Occidente, en particular de la Revolución
Verde y ahora de la manipulación genética en la agricultura. Este
argumento ha superado con creces a cualquier otra explicación de la
pobreza. El malthusianismo oculta sistemáticamente que el mal manejo
o desperdicio de los recursos del planeta no se debe a los hábitos
reproductivos de las personas sino a las contradicciones y motivos del
desarrollo capitalista", sentencian los autores del documento. La
población como madre de todos los males En su “Ensayo sobre el principio de la población”
Malthus sostiene que la presión que ejerce la cantidad de habitantes
del planeta es una "ley natural", lo cual hace que la
pobreza sea natural e inevitable. Las “pruebas positivas” de
enfermedad y desnutrición se presentan como las vías principales a
través de las cuales se puede (y se debe) aliviar la presión que
sufre el planeta a causa del exceso de habitantes humanos. Las clases
dirigentes y el sistema político quedan libres de culpas respecto de
la pobreza porque, según Malthus, la causa de la indigencia es la
fertilidad y no el desempleo, la falta de tierras o el alto precio de
los alimentos. Pero sucede que no es posible influir sobre el factor
de la fertilidad, indica el pensador. Cualquier esfuerzo social y político que se haga para
reducir desigualdades o mitigar el sufrimiento sería contraproducente
porque provocaría un incremento de la población, lo cual implicaría
a su vez un aumento de la presión que pesa sobre los recursos de
producción, explica Malthus. Por lo tanto, un sistema de propiedad
común, capaz de mantener a poblaciones aún mayores, resultaba una
afrenta al orden "natural" de las cosas. El único sistema
admisible -si se siguen las tesis Malthusianas- es el capitalismo. Una de las preocupaciones centrales de Malthus y de los
capitalistas, industriales y aristócratas británicos, era la
legislación para los pobres. Creada en el siglo XVI, establecía que
cada municipio ayudara a sus pobres con el dinero recaudado de los
impuestos, pero no por caridad sino como manera de ejercer un control
social sobre el gran número de indigentes desplazados por el
cercamiento de las tierras comunales y obligados a buscar otros medios
de vida. Sin embargo, a fines del siglo XVIII, las leyes que protegían
a esta gente constituían una amenaza para los ricos, que no sólo
sentían disminuir sus ingresos sino que también veían en esas
normas el principal obstáculo para la creación de una reserva de
trabajo libre y móvil, como la que requería el capitalismo
industrial. La teoría de Malthus constituyó entonces un argumento
clave: la seguridad que brindaba la ayuda mencionada estimulaba a los
pobres a reproducirse. Por lo tanto, la causa de la pobreza era la
fertilidad. "Lo que ocultó el pensamiento malthusiano fue que la
mayoría de los pobres, cuyo número iba en aumento, no habían nacido
en esa condición sino que habían llegado a ella. El crecimiento del
proletariado y el creciente costo de la ayuda a los indigentes no se
debió al incremento de la población per se, sino a la intensa
comercialización de la agricultura, junto con el cercamiento de las
tierras comunes y con las leyes que obligaban a mantener alto el
precio de los cereales", señala el documento. El malthusianismo, según el cual los pobres no son
iguales a los más privilegiados porque carecen de las virtudes
morales de la prudencia, capacidad de previsión, autodisciplina y
racionalidad que caracterizan a la clase media, encontró un aliado
intelectual en la eugenesia, un siglo más tarde. En la segunda mitad del siglo XIX, la eugenesia dio un
paso más al argumentar que los defectos morales de los pobres eran
innatos. Su propuesta fue ejercer un control sobre la natalidad, lo
cual incluía la posibilidad de esterilización, para evitar que
ciertas categorías de discapacidades o enfermedades contaminaran la
“cepa nacional” de genes. En poco tiempo, esta teoría empezó a
aplicarse a otros problemas sociales. Uno de los que apoyaba estas ideas era Winston
Churchill quien, como Secretario de Interior en 1910, hizo circular
por su gabinete un artículo de la Revista de Eugenesia titulado
"Los débiles mentales. Un peligro social". Al ponerse de
moda la idea de que las enfermedades se debían a factores
hereditarios y que muchos problemas sociales eran "médicos"
en realidad, ciertas creencias políticas inaceptables pasaron a
formar parte del conjunto de síntomas de las enfermedades mentales.
Faltó muy poco para que los socialistas quedaran incluidos en la
categoría de "personas de intelecto débil". En Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial
surgió la demografía, enmarcada en la eugenesia. Según este nuevo
tipo de estudios, la principal causa de superpoblación planetaria era
la fertilidad femenina. La mayoría de los verdaderos profesionales
del nuevo campo se dedicaron a analizar el tema de la fertilidad,
preocupados por "la diferencia de tasa reproductiva entre las
clases sociales y las características inherentes de inteligencia, e
incluso carácter, que supuestamente están relacionadas". En 1952, John D. Rockefeller
III creó el Consejo de Población, preocupado por las consecuencias
que podía tener el crecimiento de la población en los países en
desarrollo. Dicho Consejo dio muestras inequívocas de simpatía eugenésica
durante la primera década de funcionamiento, cuando financió la
creación de la Sociedad Estadounidense de Eugenesia y ofreció apoyo
a la publicación Eugenics
Quarterly. Desde entonces, el Consejo de Población tiene un papel
clave en las investigaciones teóricas sobre "asuntos de población"
y en el desarrollo de técnicas de contracepción. En varios casos, y
un ejemplo es el del Norplant, se trató de métodos pensados para
integrar programas de control de natalidad patrocinados por Occidente
a fin de limitar la fertilidad de las mujeres del mundo en desarrollo.
Rara vez su aplicación fue totalmente voluntaria. Luego del nazismo y del Holocausto, las ideas eugenésicas
debieron adoptar un perfil bajo. El principal vehículo para los
temores malthusianos pasó a ser el peligro de una catástrofe
ambiental. El libro publicado por Fairfield Osborn en 1948, Our plundered planet (Nuestro planeta saqueado), marcó el inicio de
esta nueva preocupación que culminó en 1968, cuando el Club Sierra
encargó y publicó The
population bomb (La bomba demográfica), de Paul Ehrlich, un biólogo
de la Universidad de Stanford. En 1978, otro científico eminente
declaraba que “habría que redactar la primera ley de ecología
social: toda pobreza es causada por el crecimiento continuo de la
población”. El ensayo The
tragedy of the commons (La tragedia de los bienes comunes),
publicado por Garret Hardin en 1968, postulaba una de las ideas más
influyentes entre los nuevos aliados biologistas de Malthus. Si el
pueblo puede reproducirse libremente y sus hijos tienen el mismo
derecho que todos a los bienes comunes, que son limitados, será
imposible evitar que ocurra una tragedia en el planeta, que provocará
una destrucción ambiental. Según Hardin, para quien los proyectos de
seguridad social y reforma agraria no tenían sentido en los países
en desarrollo, sólo la propiedad privada de los recursos esenciales y
una distribución desigual del derecho a la reproducción pueden
impedir esa fatalidad. El punto central de The tragedy of the commons era que sólo la propiedad privada servía
para proteger el ambiente e impedir la superpoblación. Este argumento
es el eje del neoliberalismo contemporáneo. El control demográfico se integró al planeamiento de
seguridad de Estados Unidos. El primer organismo oficial
estadounidense basado en ideas neomalthusianas fue el Comité
Presidencial para el estudio del Programa de Asistencia Militar.
Dirigido por el general William Draper Jr, dicho comité recomendó al
gobierno financiar investigaciones demográficas como parte de su
planificación de seguridad. Hacia fines de la década del 60, en parte gracias a
los esfuerzos del general Draper y de John Rockefeller III, el control
de la población se volvió esencial para las políticas de desarrollo
destinadas a eliminar el hambre, la pobreza y los salarios bajos.
Desde 1968, el Banco Mundial adoptó el objetivo de enlentecer el
crecimiento de la población como eje de sus políticas de desarrollo.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) creó en 1967 un Fondo
de Población, financiado en su mayoría por Estados Unidos. En 1969,
dicho órgano se convirtió en el Fondo para Actividades de Población
(FNUAP) y sus publicaciones oficiales adhieren claramente al
neomalthusianismo. El
malthusianismo y la Revolución Verde El malthusianismo sirvió para justificar una de las
estrategias de desarrollo más influyentes de Occidente en el período
de postguerra -la comercialización de la agricultura del mundo en
desarrollo y la "Revolución Verde"- y tuvo un papel central
a la hora de reprimir los pedidos de reforma agraria. En su análisis de la reforma agraria (y su fin) en
Filipinas, Guatemala y Vietnam, The
Corner House sostiene que el argumento utilizado por Occidente de
que el crecimiento demográfico provocó la ocupación de todas las
tierras fértiles del Sur fue el que permitió el surgimiento de la
Revolución Verde, presentada como la única solución al problema del
hambre que describió Malthus. Esta explicación se saltea el hecho de que los grandes
productores suelen subutilizar la tierra donde los campesinos podrían
producir sus alimentos. En realidad, la Revolución Verde negó que
fuera posible incrementar las cosechas mediante una redistribución de
las tierras cultivables y orientó la producción hacia los mercados
mundiales en lugar de dirigirla a la satisfacción de las necesidades
de subsistencia de cada lugar. Una de los consecuencias de dicho sistema fue que se
redujo la producción local de alimentos del mundo en desarrollo. La
agricultura del Sur terminó desarrollándose sólo para exportar y
Estados Unidos se convirtió en el principal proveedor de insumos agrícolas
y en la mayor fuente de cereales para los países pobres. Así, la
Revolución Verde dejó de ser una manera de aumentar la seguridad
alimentaria de los pobres y se transformó en un modo de garantizar
que se atendieran los intereses económicos de las multinacionales
occidentales y estadounidenses. Siempre hubo alternativas a la Revolución Verde, pero
fueron suprimidas. En la década del 60, Gunnar Myrdal sostuvo que el
futuro de la agricultura asiática se basaba en una mayor intensividad
de producción. Las investigaciones realizadas en 1972 en Bengala
Occidental, India, mostraron que un sistema que para Occidente era
tradicional e ineficaz, resultaba ecológicamente más racional que la
industrialización de Estados Unidos. El ganado indio no competía en
absoluto con los seres humanos por el uso de la tierra o la comida. La
ración de los animales –paja y cáscara de arroz, y troncos de árbol
bananero cortados en trozos- se producía a nivel local y el ganado lo
convertía en sustancias que las personas podían utilizar como abono
y combustible. En Estados Unidos, donde los fertilizantes son
derivados petroquímicos, el excremento animal debe desecharse y se
convierte en uno de los principales peligros ambientales. Las pruebas
crecientes de que la
agricultura de la Revolución Verde es menos eficaz que sus
antecesoras hizo que algunos especialistas concluyeran que medir el éxito
sólo en base al alto rendimiento de las cosechas es un error. Sin
embargo, el malthusianismo está muy lejos de sucumbir. A medida que se aplican medidas para la apertura y
liberalización comercial y financiera, las contradicciones del
capitalismo se vuelven más fuertes. El aumento sin precedentes del
flujo de capitales fue de la mano de un importante incremento de la
inestabilidad de la economía capitalista mundial, así como del
crecimiento de las desigualdades entre el Sur y el Norte, y de buena
parte de los movimientos de resistencia. La nueva retórica del “desarrollo sustentable” y
la “globalización” no alcanza para ocultar que el nuevo régimen
económico exacerba, y no resuelve, los problemas sociales y
ambientales del Sur, a la vez que acelera la polarización económica
e ideológica. Y el pensamiento malthusiano postula la desigualdad,
además de justificar, defender y ampliar los derechos de propiedad
privada. Virginia Abernathy, ex editora del Population
and Environmental Journal, hace poco resucitó la “tragedia de
los bienes comunes” de Garrett Hardin al sostener que la desigualdad
en la distribución de la riqueza es esencial para conservar los
escasos recursos que tenemos y legitimar la propiedad. Abernathy y
otros neomalthusianos intentan asegurarse de que las políticas
ambientales se centren en la destrucción que provoca la superpoblación
en los países en desarrollo. Uno de los corolarios de esta teoría malthusiana es
que la inmigración también es una forma de redistribución y, como
tal, impide que los pobres del Sur entiendan que los recursos son
limitados. Por eso, Abernathy es contraria a las “grandes
transferencias de tecnología y fondos al mundo en desarrollo”, ya
que estos podrían mejorar los salarios y estimular la fertilidad,
igual que la legislación para pobres de hace un siglo y medio. Una de las opiniones más extendidas entre los
pensadores del Norte es que los conflictos regionales se deben sobre
todo a crisis ambientales. El malthusianismo tiene un papel importante
en esta idea, ya que se supone que las guerras se deben a escasez de
recursos y no al neocolonialismo o al neoliberalismo. De este modo,
las intervenciones de Occidente parecen más benignas. Incluso el recalentamiento planetario, consecuencia de
la quema de combustibles fósiles durante un siglo y medio de
capitalismo industrial, se convirtió en un argumento a favor del
control de la natalidad en el mundo en desarrollo. El Consejo de
Población (en cuya junta se encuentra el presidente del Banco
Mundial, James Wolfensohn) también intenta hacer del cambio climático
un asunto centrado en el crecimiento futuro de la población del Sur. Así, es en clave ambientalista que se expresan el
malthusianismo y la mayoría de los temores respecto de la inmigración,
sin tener en cuenta las verdaderas causas del movimiento internacional
de personas y sin siquiera contemplar la presión que ejerce la
globalización en el Sur, cuyos recursos deben estar al servicio del
Norte. El movimiento campesino actual, sin precedentes, no se
debe a un exceso de reproducción sino, en buena medida, a que los
intereses del desarrollo agrícola comercial los volvió obsoletos.
Los recursos de producción son desarrollados por compañías
multinacionales para uso y beneficio de las naciones industrializadas.
Los países en desarrollo se convierten así en reservas de mano de
obra. Es ilusorio tener esperanzas en una economía de este
tipo o pensar que es muy segura. Sólo si cambia todo el sistema y se
logra una sociedad donde los recursos se distribuyan de forma más
equitativa se podrá superar la política malthusiana de población y
considerar los derechos y necesidades de reproducción humana.
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