Desarrollo | |
Expertos reclaman reforma de FMI, OMC y Banco Mundial Dos expertos evaluaron la incidencia que tienen el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional sobre los derechos humanos, e instaron a realizar una "revisión radical" del sistema de liberalización con el fin de elaborar una "nueva reflexión crítica" sobre las políticas e instrumentos del comercio, las inversiones y las finanzas internacionales. Por Chakravarthi Raghavan
Las
normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que se ha
convertido en una “verdadera pesadilla” para los países del Sur
en desarrollo, son “generalmente injustas e incluso prejuiciosas”,
ya que su único objetivo es defender los intereses de las grandes
empresas multinacionales, sostienen en un informe dos Relatores
Especiales de Derechos Humanos. Los autores del documento, Joseph
Oloka-Onyango (Nigeria) y Deepika Udagama (Sri Lanka), llaman a una
“revisión radical” de todo el sistema de liberalización
comercial y a elaborar una “nueva reflexión crítica sobre las políticas
e instrumentos del comercio internacional, las inversiones y las
finanzas”. Se
trata de una de las acusaciones más duras que han recibido la OMC, el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial por promover la
globalización económica, que tiene un impacto negativo muy fuerte
sobre los derechos humanos de todos los pueblos. Esta
evaluación figura en un informe preliminar titulado “La globalización
y su impacto sobre el pleno goce de los derechos humanos”, que
presentaron los dos expertos y Relatores Especiales, ante la subcomisión
de Promoción y Protección de los Derechos Humanos de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), integrada por especialistas en el tema. Durante
la discusión del informe en la subcomisión, a principios de agosto,
sus integrantes y los representantes de las ONG presentaron duras críticas
contra las tres agencias internacionales por promover políticas de
globalización que benefician a muy pocas personas y tienen
consecuencias nefastas sobre los derechos económicos, sociales y
culturales de la mayoría de los pueblos. Para ello contaban con dos
informes especiales: uno sobre globalización y derechos humanos, y
otro sobre las actividades de las empresas multinacionales y sus
consecuencias sobre estos derechos. Necesidad
de una nueva reflexión crítica
Oloka-Onyango
y Udagama insistieron en la necesidad de que quienes dirigen el Banco
Mundial, el FMI y la OMC realicen un examen crítico de las políticas
de liberalización poniendo a los derechos humanos como eje central y
no como una cuestión periférica. La
OMC parece una institución democrática porque las decisiones se
toman por consenso y funciona el principio de “un miembro, un
voto”, pero esa igualdad “oculta graves inequidades en la
realidad. En las discusiones y negociaciones sobre los objetivos de la
liberalización comercial, la OMC ha mostrado ser particularmente
turbia ante las exigencias de transparencia”, indican los autores
del documento. El
informe preliminar y la evaluación de los Relatores Especiales
censuran varios convenios de la OMC: su procedimiento de solución de
diferencias, el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPs) y el
sistema de patentes, en particular sobre plantas y seres vivos. Se
trata de “piratería y apropiación indebida de lo que la naturaleza
ofrece generosamente”. Los
dos expertos sostienen que la Organización Mundial de la Propiedad
Intelectual (OMPI) y la Organización Mundial de la Salud (OMS),
integrantes del sistema de la ONU que hasta ahora no han asumido un
compromiso muy profundo con el asunto, deberían tratar estos temas
con mayor espíritu crítico y con una visión de largo alcance. La
subcomisión empezó a elaborar un código de conducta para las
multinacionales. Habría que crear también una lista de obligaciones
de los principales actores económicos respecto de los derechos
humanos básicos, que se aplique también a los diversos regímenes de
comercio, finanzas e inversiones internacionales, así como a sus
acuerdos institucionales. La
globalización no es algo pasajero ni efímero, subrayan Oloka-Onyango
y Udagama en su informe. A pesar de las confusiones y contradicciones
que causan alarma en todo el mundo, es indudable que este fenómeno
tiene múltiples consecuencias sobre el derecho y su práctica
internacional, además de sobre el régimen internacional de derechos
humanos. Las
últimas manifestaciones públicas -contra la OMC en Seattle, a fines
del año pasado, y contra el Banco Mundial y el FMI en Washington, en
abril– pusieron sobre el tapete la naturaleza multifacética de la
globalización y las consecuencias que puede tener en las relaciones
sociales, políticas, culturales y económicas. Además, quedó claro
que en el futuro próximo, este fenómeno tendrá una importancia
considerable para el debate intelectual, las relaciones
internacionales y el desarrollo sustentable. Exaltación
de las consideraciones económicas
En
cuanto a la contribución de las tecnologías de la información y la
comunicación, y la nueva ortodoxia que se dedica a exaltar la dimensión
económica de la globalización por encima de todos los demás valores
humanos, los Relatores Especiales advierten que “lamentablemente, la
consecuencia es que se han denigrado y ocultado las raíces y
ramificaciones sociales, culturales y políticas de este fenómeno”.
Como dijo el presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, sería
un error pensar que la globalización es el resultado de las fuerzas
del mercado en solitario, ya que los límites dentro de los cuales actúa
el mercado se definen desde la política, en negociaciones directas
entre los gobiernos que discuten en foros multilaterales como la OMC,
“y las luchas de poder siempre están presentes”. Una
de las principales preguntas que surgen es si dentro del contexto
institucional se tienen en cuenta los efectos negativos de la
liberalización comercial y financiera sobre los derechos humanos. Oloka-Onyango
y Udagama citaron al ex economista jefe del Banco Mundial, Joseph
Stiglitz, quien denunció que los países en desarrollo se ven
obligados a abrir su mercado aunque, a la hora de exportar, se
encuentran con medidas antidumping y varias restricciones de los países
industrializados. “Las suposiciones en las que se basan las normas
de la OMC son injustas e incluso prejuiciosas”, señalan los
Relatores Especiales. “Muestran que el único objetivo es promover
los intereses de las grandes empresas que ya monopolizan el escenario
del comercio internacional. La premisa fundamental de las normas
consiste en suponer que todos los países tienen el mismo poder de
negociación, ignorando que el mayor porcentaje del comercio mundial
es controlado por firmas multinacionales. En ese contexto, la noción
de libre comercio sobre la que se basan las reglas es una falacia”. Los
autores del estudio subrayan que, si bien el comercio es el centro de
interés de la OMC, ésta ha ampliado su radio de acción para
incorporar otras áreas que exceden su mandato. “Incluso sus
actividades puramente comerciales tienen consecuencias graves para los
derechos humanos, que se complican por las escasas referencias (además
de indirectas) que existen a dichos principios”, señalan. El
resultado es que “para ciertos sectores de la humanidad, en
particular para los países del Sur en desarrollo, la OMC es una
verdadera pesadilla”, aseguran los expertos. Las mujeres están, en
su mayoría, excluidas de la estructura de toma de decisiones ya que
las normas de la Organización son insensibles a las cuestiones de género. A
esto hay que sumarle la aparente democracia del sistema, que en
realidad oculta un funcionamiento real muy poco equitativo. En la
Conferencia Ministerial de Seattle, en diciembre del año pasado, los
países del Norte siguieron defendiendo un procedimiento que excluía
a la mayoría de los delegados a pesar de las advertencias de los
representantes de los países en desarrollo. No es extraño que las
conversaciones terminaran en un callejón sin salida. “El modelo se
mantiene y hay que sumarle la carencia de recursos y de personal
calificado, que hace que los países en desarrollo estén condenados
para siempre a una posición marginal en las negociaciones que se
realizan en el marco de la OMC”, detallan los Relatores Especiales. Entre
las múltiples preocupaciones del mundo en desarrollo está la de
forjar un vínculo entre cuestiones de comercio, derechos humanos,
legislación laboral y ambiente, sobre todo cuando se tratan como si
fueran condicionales, recalcan los expertos. El lazo entre comercio y
derechos humanos, tal como ha actuado hasta ahora, es problemático
por diversas razones. En
primer lugar, sucumbe muy fácilmente bajo el peso del neocolonialismo
que funciona en los países en desarrollo. Segundo, el compromiso de
los estados del Norte con el establecimiento de un régimen
internacional genuinamente democrático y sensible a los derechos
humanos es dudoso debido al doble discurso que se observa a diario en
las relaciones entre el Sur y el Norte. “Por lo tanto, cuando los
`derechos humanos´ se aplican en contextos comerciales, dependen de
una serie de elementos subjetivos extrapolados del régimen, mucho más
amplio, de esos derechos, que se convierten así en una expresión
oportunista del verdadero objetivo que es liberalizar el mercado. Por
ejemplo, ¿por qué casi nunca existe un vínculo entre las exigencias
y la observación y el respeto de los derechos económicos, sociales y
culturales? La respuesta más corta es: las medidas cuestionadas
socavan la realización progresiva de esa categoría de derechos. Sin
embargo, incluso cuando se establece un vínculo entre los derechos
civiles y los políticos está contaminado de inconsistencias y
predominan los intereses nacionales subjetivos”, denuncian los
Relatores Especiales. Por
otro lado, respecto del régimen del Acuerdo TRIPs y, en particular,
de las patentes, sobre todo para plantas y seres vivos, los autores
del informe sostienen: “Las consecuencias son graves para la
seguridad alimentaria y su consecuente relación con el derecho a la
alimentación. Además, se trata de (un caso de) piratería evidente y
de apropiación de lo que nos brinda la naturaleza, que está
destinado a toda la humanidad y no a unos pocos privilegiados que
cuentan con tecnología avanzada”. Los Relatores Especiales
sostienen que “cómo mínimo, la OMC debería reformar sus
mecanismos de deliberación para ser más amplia y permitir que se
escuche la voz de quienes discrepan, en especial la sociedad civil.
Sin embargo, lo fundamental es que la OMC revise su postura en cuanto
al asunto clave, que es el libre comercio”. Oloka-Onyango
y Udagama apoyan la opinión de Stiglitz respecto de la necesidad de
que la liberalización comercial implique un equilibrio entre
procedimientos y resultados en la agenda de la OMC, además de
reflejar las inquietudes de los países en desarrollo. Para ello habría
que tener en cuenta no sólo los sectores en los que el Norte
industrializado tiene ventajas comparativas, como los servicios
financieros, sino también aquéllos en los que el Sur tiene
particular interés, como la agricultura y la construcción. También
habría que aclarar cómo funciona el régimen de propiedad
intelectual aplicado a la medicina tradicional o cómo se decide el
precio de los medicamentos en los mercados ricos, temas que preocupan
al Sur en desarrollo. “Todo esto es lo que la OMC no hizo en
Seattle, ni ha hecho desde entonces”, señalan los Relatores
Especiales. Luego
de la Conferencia Ministerial de Seattle, la impresión que dejaron la
dirigencia de la OMC y los países del Norte -que fueron los
principales defensores del nuevo régimen comercial de la OMC-, fue
que se intentaría poner en marcha una reforma. “Sin embargo, las
discusiones y pronunciamientos que se hicieron desde entonces no
parecen indicar cambios en lo esencial. Así que los problemas de la
OMC van mucho más allá de su posición respecto de los elementos
centrales de su mandato. Igual que en el caso de la OCDE y las
gestiones de negociación del Acuerdo Multilateral de Inversiones, la
OMC debe hacer una revisión radical de sus mecanismos de operación,
el papel y el lugar asignados a la participación de los países en
desarrollo y los actores no gubernamentales como las ONG, así como de
su relación con el sistema completo de la ONU” , recomiendan los
Relatores Especiales. “En otras palabras, lo que se necesita es
volver a examinar todo el sistema de liberalización comercial y
determinar si se trata de un funcionamiento genuinamente equitativo y
si sus beneficios llegan por igual a los países ricos y a los pobres.
La OMC debe tener en cuenta las numerosas sugerencias que se hicieron
para mejorar el acceso y la transparencia, no sólo para profundizar
la democracia interna, sino también para construir un sistema de
comercio internacional más equitativo y beneficioso para todos”. En
cuanto a las instituciones financieras internacionales y la
globalización, los Relatores Especiales señalaron que las
manifestaciones públicas de abril en Washington fueron un reflejo del
resentimiento existente contra el FMI y el Banco Mundial, que han
desempeñado un papel mucho más dominante y largo en el tiempo que la
OMC en la configuración de la economía global. Para muchos países
en desarrollo, la penetración de ambos organismos en su modo de
operar tuvo consecuencias significativas sobre los derechos humanos básicos:
desde la autodeterminación y respeto de los derechos civiles y políticos
hasta la capacidad de las naciones pobres para poner en marcha,
progresivamente, los derechos económicos, sociales y culturales, en
particular en las áreas de Salud, Educación y Seguridad Social. Una
reforma inadecuada
Si
bien de ambos organismos, el Banco Mundial fue el que más tuvo en
cuenta las críticas que se le hicieron, es evidente que las reformas
puestas en marcha no fueron suficientes porque “los marcos
conceptuales siguen siendo los mismos” respecto del mitigamiento de
la pobreza y de la iniciativa para ayudar a los países pobres muy
endeudados, “es decir, condicionamiento y liberalización
comercial”. El
FMI, en cambio, se limitó a reformar el modo en que presenta su
información, pero se volvió “más recalcitrante” en las
discusiones acerca de las consecuencias que tienen sus operaciones
sobre los derechos humanos. El FMI elaboró un documento amplio y
bastante oscuro sobre “buena gobernabilidad”, cuyo alcance fue
“muy escueto”. Se limitaba a cuestiones como la reforma
institucional del tesoro, preparación de presupuestos y
procedimientos de aprobación, administración de aranceles,
mecanismos de contabilidad y auditoría, operaciones de los bancos
centrales y estadísticas oficiales. Igualmente, los mecanismos de
reforma se centran en los sistemas de cambio de divisas, precio y
comercio, además de aspectos del sistema financiero. En las áreas
reguladora y legal, el FMI aconseja ocuparse sobre todo de los
aranceles, la legislación bancaria y las normas para el
establecimiento de un mercado libre. El mayor énfasis está puesto
sobre la corrupción y sobre la necesidad de que el sistema de
operaciones donde actúa el FMI sea transparente. Aunque se habla de
“consejos”, las prescripciones del FMI dejan pocas opciones en
muchos países en desarrollo. Pero
en ambas organizaciones hay un “déficit democrático”. Las prácticas
de gobernabilidad son “problemáticas” y, de hecho, “oscuras e
inmorales”. La dirigencia de las dos instituciones se limita a una
“familia real” de individuos que se eligen según un criterio de
origen regional y, por supuesto, étnico. Los
Relatores Especiales también expresaron su opinión acerca de las
controversias suscitadas por la elección de un director que suceda a
Michel Camdessus en el FMI, el apoyo inicial de Estados Unidos a
Stanley Fischer y los intentos de persuadir a los países en
desarrollo, en particular a Africa, de que Fischer “se naturalizó
estadounidense pero nació en Zambia”. “Esas prácticas mostraron
el carácter ambigüo de las instituciones que insisten en que los países
que recurren a ellas deben ser ejemplos de buena gobernabilidad”,
sostuvieron. El
FMI sigue actuando de manera furtiva, centralizando el poder y negando
su responsabilidad incluso cuando se puede demostrar que el origen de
la crisis de ciertos países está en las políticas impuestas por él
mismo. Los Relatores Especiales citaron como ejemplo la última crisis
asiática, cuando el FMI acusó a los gobiernos de la región por sus
políticas “poco contoladas, mal reguladas, escasamente funcionales
y corruptas”, pero pocos años antes había dicho todo lo contrario
de los mismos países. Al final, admitió cierta conexión entre la
debacle financiera y sus prescripciones. “No hay señales de que el
FMI esté dispuesto a dar el próximo paso importante, que es asumir
su responsabilidad”, acotaron Oloka-Onyango y Udagama. Tanto en su
concepción como en sus políticas, el FMI se mantiene casi igual que
antes y “sigue aconsejando tomar el trago amargo hoy con la promesa
de que mañana habrá una recuperación y en el futuro la salud se
robustecerá”, agregaron. El
problema central de todo esto sigue siendo la transparencia y la
responsabilidad. Además, los mecanismos institucionales de la
globalización aún no se han ocupado seriamente del tema de los
derechos humanos de un modo democrático. El
comentario de los Relatores respecto de la renuncia del economista
jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, debido a su actitud de
abierta crítica hacia el funcionamiento del Banco y del FMI, fue:
“Este incidente muestra mejor que cualquier otro que, a pesar de las
apariencias de reforma, las agencias financieras internacionales
siguen aplicando el viejo proverbio haz lo que yo digo, no lo que yo
hago”. Los
procedimientos y el marco institucional a través del cual se propaga
la globalización, así como su naturaleza polifacética, afectan
gravemente la promoción y protección de los derechos humanos,
advirtieron los Relatores Especiales. “Esto conlleva la necesidad de
una nueva reflexión crítica sobre las políticas y los instrumentos
del comercio, las inversiones y las finanzas internacionales. Dicha
reflexión debe dejar de tratar el tema de los derechos humanos como
algo secundario. Es necesario que los derechos, sobre todo en lo que
se refiere a igualdad y no discriminación, sean incorporados a la
discusión y la consideración de quienes formulan políticas y
manejan esas instituciones que promueven la globalización y están al
frente de la sociedad contemporánea”, recomendaron. Oloka-Onyango
y Udagama señalaron que, respecto de “la exigencia cada vez
mayor” de establecer reglas para gobernar la economía internacional
con la atención centrada en la violación de los derechos de autor y
de reproducción, las sanciones comerciales y la protección creciente
a la inversión extranjera, no es sorprendente que la mayoría de
dichos pedidos procedan de quienes se beneficien con las desigualdades
del sistema actual de economía global. Es necesario adoptar una
posición equilibrada, que garantice la incorporación, desde el
inicio, de los derechos humanos a los procedimientos de creación de
nueva legislación. Para cumplir con ese objetivo habrá que desarmar
el marco de análisis neoliberal que domina la escena mundial, y poner
en jaque las medidas de austeridad y condicionamiento como castigo,
que se convirtieron en el modo de funcionar del actual sistema. También
habrá que tomar más medidas para mitigar la deuda y erradicar la
pobreza. “Es
bastante evidente que las normas internacionales de comercio, inversión
y finanzas necesitan una reforma urgente. Las instituciones que hoy se
encargan de crear las normas que gobiernan el proceso de globalización
también deben cambiar. Esa reforma debe basarse en temas tales como
participación y compromiso, transparencia en la toma de decisiones,
solución de diferencias y revisión de las políticas comerciales y
de inversión. Habría que revisar además otros asuntos, como dirección,
reclutamiento y modo de incorporación”, sentenciaron los Relatores
Especiales. Así
como la subcomisión acaba de empezar a formular el proyecto de un código
de conducta para las multinacionales, “ya es hora de tratar de
formular líneas directrices que establezcan las obligaciones básicas
sobre derechos humanos que deben cumplir los principales actores en el
contexto de la globalización”. Esas líneas directrices deben
aplicarse no sólo a los diversos regímenes internacionales de
comercio, inversión y finanzas, sino también a los acuerdos
institucionales que los amparan, es decir, a las organizaciones de
Bretton Woods (FMI y Banco Mundial), organizaciones regionales como la
OCDE, los Bancos de Desarrollo de Asia y África y una serie de
agencias creadas para ocuparse de la promoción y regulación del
comercio, inversiones y finanzas regionales, además de
internacionales. A
pesar del compromiso más o menos activo de varias agencias
especializadas de la ONU con la globalización, aún queda mucho por
hacer, señalaron los Relatores Especiales. Organizaciones como la
OMS, que aún no están demasiado comprometidas, deberían empezar a
ocuparse del asunto con una posición más crítica y de mayor
alcance. También debería aumentar el diálogo de los países, dentro
del sistema de la ONU y más allá de las fronteras institucionales,
con las instituciones financieras multilaterales y la OMC. El
principio básico debe ser la elaboración de derechos humanos a los
que sea obligatorio respetar para controlar los sectores del comercio,
la inversión y las finanzas. Varias
ONG dijeron en el debate de la subcomisión que habrá que multiplicar
esfuerzos para contrarrestar los efectos negativos de la globalización
en los países pobres. Las agencias internacionales y las
multinacionales tendrían que estar obligadas a respetar los derechos
humanos. El comportamiento de las firmas transnacionales y de
instituciones como el Banco Mundial, la OMC y el FMI debería “estar
sujeto a examen para comprobar que cumplen con los derechos
humanos”, sostuvieron las ONG. Dinorah
La Luz, de la Asociación Estadounidense de Juristas y representante
para la ocasión de 17 ONGs, declaró haber presentado un documento
sobre la promoción del derecho al desarrollo ante la ONU, en el cual
se pone de manifiesto la alarma que causó el hecho de que las
autoridades de la Organización estuvieran implementando políticas de
apertura frente a las multinacionales. Cada vez se le da más poder de
decisión a las grandes compañías financieras y comerciales, a
expensas de los miembros de la ONU. La iniciativa del secretario
general, Kofi Annan, de asociarse a la comunidad empresarial es
“preocupante” según las ONG, que pidieron que se realice un
estudio en profundidad de las actividades de las empresas gigantes. El
proyecto de código de conducta propuesto por el experto David
Weisbrodt, de la subcomisión, no es suficiente porque apela a la
voluntad y admite numerosos atajos. En
nombre de Habitat Internacional, de la Federación Luterana Mundial y
de la Comisión Internacional de Juristas, Miloon Kothari sostuvo que
cualquier discusión sobre derechos humanos que no tenga en cuenta la
globalización económica, es meramente académica. Las políticas de
la OMC son injustas y prejuiciosas. La implementación del Acuerdo
sobre TRIPs ha restringido el acceso de los países en desarrollo a
los medicamentos patentados, denunció. Además, la piratería del
conocimiento indígena tradicional para su explotación comercial por
parte de personas ajenas a dicha comunidad constituye una violación a
la jurisprudencia establecida en materia de derechos humanos, agregó.
También deberían plantearse preguntas éticas más generales que
circundan al mapeo y patentamiento del genoma humano, concluyó
Kothari.
|