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El Sur, la OMC y la nueva ronda Durante el X Seminario Anual sobre Comercio e Inversión, realizado el 2 de noviembre de 2000 con el auspicio del Instituto Europeo en Washington, el autor, embajador de Jamaica ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), enumeró las medidas necesarias para superar la creciente disparidad comercial entre los países en desarrollo y los industrializados. No sólo deberán producirse cambios sustanciales y de procedimiento en la OMC, sino que además habrá que considerar con “gran prudencia” la propuesta de lanzar una nueva ronda de negociaciones multilaterales. A continuación, reproducimos el discurso que pronunció en esa oportunidad. Por Ransford
Smith En su
Informe Anual 1999, la Organización Mundial de Comercio (OMC) se
refiere a un tema ya tratado por otros cuando sostiene que el fenómeno
de la “globalización” -nombre que describe la integración
mundial resultante de los avances obtenidos en las comunicaciones y la
tecnología, así como de la naturaleza y estructura cambiantes de la
actividad económica- no es algo nuevo ni específico de nuestra época.
Lo nuevo podría ser su escala y gran alcance, que provocan reacciones
humanas naturales frente a los cambios profundos: miedo, recelo y, en
ciertos casos, rechazo. Si
aceptamos que la globalización no es un fenómeno nuevo sino que son
su escala y alcance lo que ha cambiado drásticamente en los últimos
años, corresponde entonces analizar el proceso durante un período
prolongado, en lugar de preocuparnos simplemente por lo sucedido en la
década del 90. La
propia OMC lo ha hecho en lo que se refiere al comercio. Un informe de
contexto, presentado por el organismo en un Seminario sobre Trato
Especial y Diferenciado en marzo de 2000, señala que “en los últimos
50 años se han hecho grandes progresos respecto de la integración de
los países al sistema de comercio multilateral. Pero el progreso ha
sido desparejo”. Además, “el valor actual en dólares
estadounidenses de la exportación de mercaderías de los países en
desarrollo aumentó casi 69 veces entre 1948, cuando se creó el GATT,
y 1995, fecha de creación de la OMC. Sin embargo, la participación
de los países en desarrollo en las exportaciones mundiales estaba en
su mejor momento en 1948, cuando representaba casi 33 por ciento”
del total. ¿Cuál
fue la participación de los países en desarrollo en las
exportaciones de 1999? Los datos disponibles muestran que representaba
27,5 por ciento, es decir, 5,5 puntos porcentuales menos que hace 50 años. Para
entender en parte a qué se debe esta situación, debemos reconocer
que si bien las exportaciones de los países en desarrollo se
multiplicaron por 69 entre 1948 y 1995, las de las naciones
industrializadas aumentaron 100 veces. También es útil recordar que
durante este período hubo ocho Rondas de Negociaciones Multilaterales
de Comercio y que, desde el principio, la lista de miembros del
GATT/OMC incluía un importante número de gobiernos del Sur. De
hecho, 11 de los 23 fundadores eran países en desarrollo. La
conclusión más obvia es que el hecho mismo de ser miembro de la OMC
y participar de sus beneficios de nación-más-favorecida no ha sido
suficiente para garantizar la desaparición de la brecha entre el
desempeño comercial de los países en desarrollo y otros integrantes
de la comunidad internacional. Vale
la pena señalar ciertas causas estructurales importantes en esta
tendencia a quedarse atrás en cuanto a crecimiento comercial. En los
50 años que transcurrieron entre 1948 y 1995, el comercio de todos
los países se multiplicó por 17, pero el del subgrupo de los
productos manufacturados se multiplicó por 30. Poco después de
establecerse el GATT, el comercio de productos agrícolas representaba
47 por ciento de las exportaciones y los productos elaborados, 30 por
ciento. Cinco décadas más tarde, al cierre de la Ronda Uruguay, la
participación de la agricultura en el intercambio mundial había caído
a 12 por ciento y los productos manufacturados, por el contrario, habían
aumentado a 77 por ciento. En esos 50 años, la estructura de la
economía mundial y la composición del comercio cambiaron
radicalmente. La
conclusión más obvia de todo esto es que los países que tuvieron o
tienen capacidad para responder a los cambios que se producen en la
economía mundial son los que tienen un mejor desempeño comercial.
Esto se debe a que en el tiempo que pasó entre la creación del GATT
y el fin de la Ronda Uruguay, la participación de América Latina en
el comercio internacional pasó de 11 a cinco por ciento y la de África,
de ocho a dos por ciento. Durante el mismo período, la participación
de Asia llegó casi a duplicarse, pasando de 15 a 27 por ciento. En
los dos extremos estaban, a mediados de los años 90, China y las
economías recientemente industrializadas, donde 90 por ciento de lo
que se exportaba eran productos manufacturados, y África, cuyos
productos elaborados eran menos de un tercio de sus exportaciones. Los
países en desarrollo que mejor desempeño tuvieron en las cuatro últimas
décadas son aquellos que fueron capaces de subirse al tren de
crecimiento de los productos elaborados. Si
bien hay que señalar diferencias de actuación entre los países en
desarrollo, la tendencia general es clara: un número significativo de
países del Sur ha quedado marginado comercialmente. Y más
inquietante aún debe ser el hecho de que la estructura de la economía
global cambia ahora con mayor rapidez que en los 50 años previos. La
historia sugiere que el futuro de los países en desarrollo que no
puedan responder con efectividad a dichas modificaciones será
bastante desolador. La
pregunta, entonces, es la siguiente: si existen pruebas de que los países
en desarrollo quedaron rezagados en términos comerciales y es
probable que sigan atrasándose en el futuro, y si además la OMC es
el arquitecto de las normas del comercio internacional, además de
tener uno de los papeles claves en la determinación de la naturaleza
y carácter del escenario económico mundial, ¿acaso no tiene esta
entidad la responsabilidad de reconocer y tratar de mejorar la situación? No
estoy sugiriendo que la participación de los países en desarrollo en
el comercio mundial haya caído por completo. Lo que destaco es una caída
en su participación relativa en el comercio internacional, lo cual
resulta un claro indicador de que, a pesar de la OMC y a pesar o a
causa de la globalización, la mayoría de los países del Sur van muy
rezagados y no logran entrar en ritmo. Esta es la situación objetiva
que la OMC debe reconocer y mejorar. Además,
si bien para algunos es evidente que hay un problema y que la OMC
debería ser parte de la solución, esto no es algo universalmente
reconocido. Si bien hay quienes aceptarían que los datos son
incontrovertibles y que hay países que están siendo marginados en
lugar de integrados, no todo el mundo estará necesariamente de
acuerdo en que la OMC tiene que ocuparse de eliminar los
desequilibrios comerciales. Afortunadamente, Seattle sirvió para
despertar sensibilidad y crear mejores condiciones para el cambio,
aunque no fueran las ideales. Debemos generar un consenso a favor del
cambio dentro de la OMC y en la comunidad mundial. Y, para que esto
tenga sentido y sea efectivo, debe ocurrir en cuatro sectores: (i)
la cultura y el comportamiento normativo de la OMC; (ii)
las normas de la OMC (incluso el Trato especial y diferenciado; (iii)
la asistencia técnica y construcción de infraestructura; y (iv)
negociar lo que se desea en lo inmediato y a mediano plazo. Cultura y conducta normativa de la OMC La
OMC es, ante todo, un foro de negociación de normas comerciales.
Aptitudes, pericia técnica y dimensiones del mercado son algunos de
los elementos que se plantean en la mesa de negociaciones. La amplitud
de la desproporción de estos “recursos” entre los países en
desarrollo y los industrializados de la OMC es quizá más
significativa que en el caso de indicadores comparables en cualquier
otro organismo multilateral importante. Para tener una idea, el grupo
Quad -integrado por la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y Canadá-
tiene casi 60 por ciento de las exportaciones del mundo. En 1999,
Estados Unidos solo cubrió 13 por ciento del total. En
cambio, los 34 países miembros de la OMC con la tasa más baja de
exportaciones representan 14 por ciento del comercio mundial. Los 55
de África, el Caribe y el Pacífico que integran la OMC representan,
en conjunto, poco más de uno por ciento de las exportaciones del
mundo. Además, las exportaciones de los 48 países menos adelantados,
de los que 29 son miembros de la OMC, fueron menos de 0,5 por ciento
del total mundial. Por
lo tanto, el gran enigma es: ¿La OMC puede tomar decisiones y crear
normas teniendo en cuenta la marginación comercial y tratando de
aliviarla, dado que la influencia y la capacidad del organismo se ven
constreñidas por esa misma marginación? Hay 28 miembros de la OMC,
en su mayoría países isleños o integrantes de África, el Caribe y
el Pacífico, que no tienen misiones residentes en Ginebra, mientras
que un número importante de los más de cien países en desarrollo
que integran el organismo tiene misiones muy pequeñas, de cinco
representantes permanentes o menos, que se ocupan de lo que sucede no
sólo en esa entidad sino también en las demás de Ginebra y de otras
instancias políticas y económicas en Europa. Las naciones
industrializadas mantienen delegaciones de 10 representantes o más,
centradas exclusivamente en lo que ocurre en la sede de la OMC. No
debería sorprender que, cuanto más compleja y amplia se vuelve la
agenda futura de discusiones, mayor es el grado de aprensión que se
genera en una porción bastante significativa de países en
desarrollo. La
OMC ha incluido una reforma institucional en su agenda, a fin de
tratar esta preocupación. Una consecuencia saludable de lo ocurrido
en Seattle es que en Ginebra se hacen ahora esfuerzos serios para
lograr una mayor transparencia interna, mejorar los procesos
consultivos y tratar de garantizar la inclusión de todos los miembros
en el proceso de toma de decisiones. En resumen, se trata de superar
la etapa de las reuniones de “sala verde”[1]. El
desafío planteado y la importancia de este tema en particular no
deben desestimarse. La OMC ya no es un pequeño club de países
industrializados y de nivel medio. Por su propia cuenta, en 1999
organizó cerca de 700 reuniones formales e informales, multilaterales
y plurilaterales. Hay que enfatizar, además, que las reuniones
informales suelen ser tanto o más importantes que las otras. Es difícil
hacer participar a los 139 miembros en todas las consultas, pero no
hacerlo implica riesgos que fueron evidentes en Seattle, y además es
inaceptable, dado que las decisiones y acuerdos que afectan a todos
los integrantes tienen fuerza legal. Hasta ahora no ha habido ningún
cambio estructural en el organismo. Si bien existe cierta preocupación
respecto de las dificultades que se plantean para tomar decisiones en
las reuniones en las que participan todos los países miembros y a
pesar de que se ha propuesto establecer órganos consultivos o
ejecutivos más reducidos como parte de la estructura, dichas
innovaciones no han tenido una buena acogida. De hecho, la mayoría de
los países en desarrollo parecen poco dispuestos a aceptar que se
cree una célula pequeña y formal de toma de decisiones o incluso de
consulta, aunque se asegure que la composición de dicho grupo estaría
basada en una fórmula de representatividad. Varios miembros se
muestran reacios a delegar en otros la autoridad para tomar decisiones
o a dar herramientas para dicho procedimiento, dada la tendencia
creciente a calcular los costos y beneficios que implican las
decisiones y acuerdos de la OMC y, sobre todo, debido a su naturaleza
obligatoria. Un corolario para esta actitud es la insistencia, por
parte de las principales potencias mundiales –y de muchos países en
desarrollo-, en mantener la práctica de tomar decisiones por
consenso, aunque el Acuerdo de Establecimiento del organismo prevé
explícitamente la toma de decisiones por votación. Como
por ahora se eluden los cambios estructurales, se busca incrementar la
transparencia interna, para empezar, a través de modificaciones en el
procedimiento y en las actitudes. La lista incluye medidas como
notificar a todos los miembros la fecha, lugar y tema de las consultas
informales; que el director general, su equipo y el presidente del
Consejo General realicen informes más frecuentes sobre el progreso de
las consultas informales; y, en lo que atañe a las actitudes, que los
protagonistas del organismo acepten que las decisiones deben tomarse
en foros abiertos y no preacordados en consulta entre un número
limitado de miembros y sólo ratificados en reuniones abiertas. Se han
hecho esfuerzos en este sentido y se obtuvieron buenos resultados pero
existe una tendencia constante y muy visible a la regresión, por lo
que lamentablemente hay que plegarse a la opinión de que habría que
profundizar dicha tendencia si la agenda de negociaciones será más
extensa y el ritmo de las mismas más vertiginoso. La
cuestión de los cambios de actitud e incluso, posiblemente, de
estructura, figura en la agenda de la OMC desde lo ocurrido en Seattle
y seguirá captando la atención, ya que es una de las claves para el
éxito futuro e incluso la supervivencia del organismo. La OMC debe
brindar todas las posibilidades para que la participación sea
efectiva y responder a las inquietudes y necesidades de todos sus
miembros. Están emergiendo importantes grupos de personas, no sólo
en los países industrializados sino también en los del Sur, que se
muestran fuertemente preocupadas por el impacto que tienen las
decisiones de la OMC sobre su bienestar económico y social. Dadas las
circunstancias, el organismo saldrá favorecido si toma un impulso
decidido hacia la inclusión y el cumplimiento conciente de los
intereses de sus miembros, aunque esto signifique enlentecer el ritmo
de trabajo. Sin duda, será necesario aceptar la necesidad de que las
reglas sean más flexibles. Normas de la OMC El
segundo ámbito en importancia donde habrá que realizar cambios para
facilitar la integración efectiva y con éxito de los países en
desarrollo a la OMC, es el de las normas. A menudo se afirma que la
OMC es un organismo basado en reglas. Esta frase suele utilizarse para
enfatizar que se trata de un foro cuya misión es formular normas
comerciales objetivas y garantizar la adhesión a las mismas. Un
corolario implícito que a veces se hace explícito es que se trata de
una entidad para crear normas y no para propiciar el desarrollo. Estas
afirmaciones son sofísticas, en el mejor de los casos. Históricamente
las normas, sin importar si son institucionales, nacionales o
internacionales, reflejan intereses o equilibrios de intereses, en
buena medida. La OMC no es una excepción. Es cierto que a veces se
dice, con una pizca de exageración y de humor negro, que los
procedimientos del GATT/OMC contienen desde siempre dos líneas
argumentales acerca del Trato Especial y Diferenciado: por un lado,
investigación y desarrollo para los países industrializados, y por
otro, investigación y desarrollo para los del Sur. La diferencia
entre ambas líneas es que la de investigación y desarrollo para el
Norte suele ser obligatoria y se aplica, como sucedió con el Acuerdo
Multifibras y la actual Cláusula de Paz, mientras que la del Sur
suele no ser obligatoria y no aplicarse, como sucede con la Parte IV
del GATT. La
Ronda Uruguay y sus resultados sirvieron para agudizar los
desequilibrios debido a la naturaleza de los acuerdos que se firmaron,
y a su amplio espectro. La protesta de los países en desarrollo por
lo que denominan "problemas de aplicación" constituye un
intento de eliminar algunos desequilibrios y estimular el
reconocimiento colectivo de buena parte de su lista de prioridades y
preocupaciones, para obtener una respuesta. ¿Cuáles
son los principales desequilibrios y asimetrías que inquietan a los
países en desarrollo y que consideramos habría que resolver? Para
una lista no exhaustiva, se puede mencionar el Acuerdo sobre la
Agricultura y las medidas del Compartimento Verde y Azul. Las primeras
se refieren a los programas financiados por los gobiernos para varios
servicios referidos a productos específicos, al igual que a la
denominada ayuda a los ingresos desconectada (Anexo 2) y las de la
segunda, al apoyo ligado a los programas cuyo objetivo es limitar la
producción (artículo 6). Las necesidades del Sur no están cubiertas
por esas exenciones, obviamente creadas para responder a los intereses
de las principales potencias. En el caso de subsidios a los insumos y
a la inversión, que suelen ser una importante fuente de apoyo a los
agricultores pobres de los países en desarrollo, su omisión del
Compartimento Verde ha significado que medidas de apoyo que se
utilizan mucho en esos lugares no estén cubiertas por la exención de
la Cláusula de Paz de la acción de contralor durante el período de
implementación. A cambio, han quedado sujetas a la protección menor
de “restricción debida” y al requisito de que se determine si hay
perjuicio o no. Este
desequilibrio también es evidente respecto del Mecanismo Especial de
Salvaguardia, aplicable bajo el Acuerdo sobre la Agricultura. A
diferencia de las salvaguardias normales, se puede apelar a este
mecanismo cuando los volúmenes de importación superan cierto nivel o
cuando los precios descienden por debajo de un determinado rango, sin
necesidad de demostrar perjuicio como ocurre en el régimen que rige
para la industria. La asimetría es doble, en este caso. Primero, este
Mecanismo Especial se aplica sólo a los productos cuyas cuotas se
convirtieron en aranceles al finalizar la Ronda Uruguay, procedimiento
que llevaron a cabo casi exclusivamente los países industrializados
por la simple razón de que muchos de los del Sur ya habían eliminado
las restricciones cuantitativas debido a programas de ajuste
estructural. Y segundo, el Mecanismo brinda a los países del Norte un
remedio de fácil uso para la agricultura, mientras que no existe nada
parecido para los sectores no agrícolas en los que las industrias
emergentes de los países en desarrollo suelen ser frágiles y
vulnerables a las presiones de la competencia. La
Ronda Uruguay endureció bastante las obligaciones sobre el
otorgamiento de subsidios domésticos y la exportación del sector no
agrícola. Antes, los países en desarrollo no debían cumplir con
esta restricción. El Acuerdo sobre Subvenciones y Medidas
Compensatorias de la Ronda Uruguay especifica criterios para
determinar perjuicios y prohíbe que se brinden subsidios a todo lo
relativo a la exportación en todos los países. Esto creó una
situación nueva para el Sur, donde las medidas aplicadas en general
por varios gobiernos del Norte durante al menos la segunda mitad del
siglo XX ya no podían ser utilizadas por los países que estaban en
proceso de desarrollo. Es
interesante notar que esta prohibición no se aplica a la agricultura,
para la que sólo se requiere reducir el valor de los subsidios y la
cantidad de exportaciones subsidiadas. Y también llama la atención
que el beneficio potencial que obtendrían los países en desarrollo
del suministro de subsidios y otros incentivos ligados a la exportación
parece haber sido claramente reconocido ya que, tal como se prevé en
el Anexo VII del Acuerdo sobre Subvenciones, las naciones del Sur con
ingresos por habitante menores a 1.000 dólares anuales tienen permiso
para seguir brindando subsidios a la exportación. Cualquier otra
conclusión sería perversa, ya que resulta difícil entender cómo,
si estos subsidios son perjudiciales para el desarrollo, a los más
pobres se les permite continuar utilizándolos. Uno
de los elementos del acuerdo de la Ronda Uruguay que los países en
desarrollo intentan modificar es la lista de países cubiertos en la
exención del Anexo VII del Acuerdo sobre Subvenciones. El objetivo es
lograr que la lista sea menos restrictiva a fin de aumentar el número
de gobiernos que puedan dar incentivos ligados a la exportación. Los
países en desarrollo protestaron por desequilibrios e inequidades en
varios otros sectores. Los grandes productores del sector de textiles
y vestido de Asia, en particular, siguen manifestando inquietud por la
primera de las dos etapas de integración previstas en el Acuerdo
sobre Textiles y Vestido. Ellos sostienen que los principales
importadores del Norte “retrasaron” la integración de productos y
que el resultado es que, para esta primera etapa, se han integrado
productos de escaso interés comercial para los exportadores del mundo
en desarrollo. Como es sabido, los miembros de la OMC deberán acatar
las reglas normales del organismo con todos los productos del sector
de textiles y vestido en cuatro etapas. Las tres primeras cubrirán 51
por ciento del total de la producción y la última incluirá el 49
por ciento restante. Esta se implementará el 1 de enero de 2005. Entre
las preocupaciones de implementación que tienen los países en
desarrollo figura el trato asimétrico que prevé el Acuerdo sobre
Servicios para el capital y la fuerza de trabajo. Según dicho
Acuerdo, no se permiten restricciones sobre las transacciones de
capital y de moneda corriente necesarias para el cumplimiento de
compromisos sectoriales, pero no existe una prohibición similar para
el movimiento de trabajadores a través de fronteras. Esto último
debe estar cubierto por normas específicas. Por
otra parte, el Acuerdo sobre Medidas Sanitarias y Fitosanitarias y el
Acuerdo sobre Obstáculos Técnicos al Comercio también inquietan a
los países del Sur, cuyo argumento es que el Norte no desea aplicar
el principio de “equivalencia” a las normas que ellos han
desarrollado. En
cuanto al Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad
Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPs), un número
significativo de países en desarrollo –y algunos industrializados-
quieren que los niveles de protección más elevados que ordena la
Ronda Uruguay para las indicaciones geográficas de vinos y bebidas
alcohólicas se extiendan a otros productos. Varios acuerdos de la
Ronda -como el Acuerdo Antidumping, el de Subvenciones y Medidas
Compensatorias y el de Salvaguardias- contienen cláusulas mínimas
que establecen umbrales de valor y cantidad por debajo de los cuales
no se pueden tomar medidas de reparación económica. Se supone que,
en tales niveles, la posibilidad de distorsión comercial es escasa o
inexistente. Los países en desarrollo siguen pidiendo que se aumenten
esos niveles mínimos. Hay que señalar que los países que se
autoclasifican como “economías pequeñas” sostienen que, como su
participación comercial es tan escasa, su capacidad para distorsionar
el comercio es insignificante y este es un buen motivo para que las
normas sean más flexibles con ellos. Finalmente,
los países en desarrollo sostienen que, si bien los acuerdos y
decisiones OMC/GATT están llenos de cláusulas de Trato Especial y
Diferenciado –la Secretaría del organismo identificó 145-, la
mayoría no se implementan. Los gobiernos del Sur insisten en que llegó
la hora de resolver esta situación. Se
hace hincapié en que todo lo anterior indica desequilibrios y asimetrías
en los acuerdos de la Ronda Uruguay. No se trata de una lista
exhaustiva de motivos de inquietud. La
OMC, en términos institucionales, es un resultado de la Ronda
Uruguay. El GATT es un acuerdo contractual, mientras que la OMC es una
institución constituida. Por razones poco claras, el nuevo organismo
actúa en sectores como la solución de diferencias y la evaluación
de políticas comerciales, pero no ha logrado involucrarse en el
sector de la asistencia técnica, de vital importancia para los países
en desarrollo. El presupuesto regular de la OMC para este rubro
durante 2000 ha sido de aproximadamente 500.000 dólares. Esto debe
cubrir las necesidades de más de 100 países del Sur, que en general
tienen debilidades institucionales y administrativas tan graves que
necesitan ayuda técnica sobre todo para comprender los acuerdos del
organismo de los que forman parte. También hay que decir que la OMC
recibe contribuciones para su Fondo Fiduciario Mundial para la
asistencia técnica. En 1999, el gasto total en este rubro fue de
cerca de cuatro millones de dólares, 90 por ciento de los cuales
fueron obtenidos de fuentes extra presupuestarias. Hay que elogiar a
los donantes, pero se trata de una fuente de recursos inadecuada e
impredecible, sobre todo cuando se reconoce que los fondos de
asistencia técnica se utilizan para actividades en las que la
planificación y entrega pueden llevar mucho tiempo. Aún no se sabe
si una propuesta del director general, de incrementar el presupuesto
regular en 10 millones de francos suizos, será aprobada por los
miembros. Resulta
de suma utilidad analizar estas cifras en perspectiva para ver que es
imposible cumplir así con las necesidades de los países en
desarrollo. A raíz de la Ronda Uruguay, estos países, al igual que
otros miembros, se vieron obligados a modernizar su legislación,
actualizar al personal responsable y establecer procesos y una
maquinaria administrativa a fin de cumplir con los requisitos de buena
parte de los acuerdos. Esto es así sobre todo en sectores como TRIPs
(Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual
Relacionados con el Comercio), el antidumping, las salvaguardias y la
Valoración en Aduana. El cumplimiento de estos requisitos está
sujeto a plazos acordados en la Ronda, llamados períodos de transición,
que en muchos casos se decidieron sin la participación de quienes
ahora deben cumplirlos. El
costo de dicho proceso para el mundo en desarrollo varía, según la
fuente de cálculos. Una estimación hecha hace poco por Japón
sugiere que el costo para los integrantes de APEC (Foro de Cooperación
Asia-Pacífico) ronda los seis millones de dólares cada uno. Eso
significa que el precio de la conformidad legislativa y administrativa
de los países en desarrollo con los acuerdos de la Ronda Uruguay es
superior a los 500 millones de dólares. La OMC provoca su propia
pesadilla con las cargas fiscales y de variados tipos que impone a los
países del Sur que, según informó la UNCTAD en 1999, sufrieron en
la década del 90 un déficit comercial promedio tres puntos
porcentuales del producto interno bruto (PIB) más alto que el de los
años 70 y el promedio de su tasa de crecimiento disminuyó casi dos
puntos porcentuales al año. El Acuerdo de Marrakech para el
establecimiento de la OMC se firmó a mediados de los años 90. El
alcance de la asistencia técnica también es un asunto de gran
relevancia. ¿La OMC debería limitarse a brindar asistencia técnica
a los países para crear leyes y regulaciones en conformidad con y
para implementar los acuerdos, o quizá el alcance de la ayuda debería
ser mayor y abarcar, por ejemplo, las debilidades del sector de
suministros, que impiden que ciertos países del Sur puedan aprovechar
la apertura del acceso a los mercados? Se podría decir de un modo que
conformara mejor a nuestros socios de los países industrializados: ¿las
debilidades del sector de suministros relacionado con el comercio
deberían estar incluidas en el ámbito de asistencia técnica de la
OMC? Considero que debería ser así, aunque es necesario reconocer
que existen otras organizaciones que quizá tengan más recursos y
fondos para resolver este problema. Sin embargo, parece claro que la
OMC debe reforzar la colaboración con otros organismos relevantes
-como los bancos regionales de desarrollo, por ejemplo- a fin de
brindar asistencia a los países del Sur. No sería lógico que esta
entidad no lograra ocuparse de fortalecer las aptitudes de las
naciones en desarrollo para que puedan aprovechar las oportunidades
comerciales que surgen de las negociaciones que cuentan con su
auspicio. Sin
embargo, una concepción estrecha del papel que juega la asistencia técnica,
junto con la escasez de fondos, pueden ser consecuencia de la postura
que comparten varias potencias en cuanto a que la OMC se ocupa de
crear normas y no del desarrollo. El peligro de esta actitud es que
uno se pierde el bosque de tan concentrado que está en cada árbol ya
que, como se vio en Seattle, es poco probable que la OMC pueda crear
leyes cuando un número importante de sus miembros opina que sus
necesidades fundamentales no son contempladas. Ambiciones minimalistas para corto y mediano plazo o
perspectiva en una nueva ronda Hasta
ahora se han realizado ocho rondas de negociaciones multilaterales:
siete se hicieron con los auspicios del viejo GATT y la octava,
conocida como Ronda Uruguay, dio lugar al nacimiento de la OMC.
Incluso quienes no creen en la inexorabilidad histórica parecen creer
que como hubo ocho, debe haber una novena. Pero la próxima será muy
difícil de organizar, si se pretende que sea realmente multilateral.
Quienes opinan que el principal obstáculo lo constituyen los plazos
de elección en las principales potencias mundiales se equivocan de
cabo a rabo y es probable que se hayan perdido la lección de lo
ocurrido en Seattle. Seattle
fue una coyuntura histórica en la evolución institucional de la OMC
y nos dejó tres lecciones. La primera es que el fracaso ocurrido
entonces era previsible y, por lo tanto, se podía haber intervenido
para evitarlo. Esto es muy importante para futuras ocasiones. La
segunda es que el alcance, la sustancia y el procedimiento estaban en
el corazón de un callejón sin salida. Y la tercera es que lo
ocurrido no fue una aberración ni un suceso aislado sino, más bien,
parte de un proceso que se estaba preparando desde hacía años,
caracterizado por una gran lentitud institucional para adaptarse al
crecimiento y diversidad de su grupo de integrantes, así como al
deseo de todos de involucrarse cada vez más debido a la ampliación
de la agenda del organismo y a su impacto. En este sentido en
particular, Seattle fue apenas un aborto de la Ronda Uruguay. Como
bien se sabe, la Ronda Uruguay representó un quiebre decisivo
respecto de rondas anteriores. Se introdujeron temas nuevos
-servicios, derechos de propiedad intelectual y medidas de inversión
relacionados con el comercio (TRIPs y TRIMs respectivamente). También
es importante recordar que introdujo la noción de “emprendimiento
único”, es decir, que todos los acuerdos se aplican a todas las
partes, eliminando así la posibilidad de que cada miembro elija las
prácticas que le convienen. Y, por fin, los acuerdos de dicha Ronda
son obligatorios y se puede exigir su cumplimiento mediante
procedimientos de solución de diferencias, amparados en un nuevo
organismo que supervisa el cumplimiento de los acuerdos sobre bienes y
servicios. Muchas de estas innovaciones fueron introducidas hacia el
final de la Ronda y no eran parte de lo acordado originalmente en
Punta del Este, sede de las negociaciones iniciales, ni habían sido
aceptadas durante los meses preliminares, cuando se discutieron las líneas
directrices y se fijaron objetivos. El hecho es que muchos países en
desarrollo negociaron a ciegas estas nuevas propuestas de las últimas
etapas de la Ronda Uruguay. El
impacto de las decisiones tomadas en la Ronda Uruguay, obligatorias
para todos los miembros sin excepción, ha sido muy fuerte a pesar del
plazo de cinco años que tuvieron los países en desarrollo para
realizar las modificaciones legislativas y políticas necesarias desde
la firma de los acuerdos de Marrakech, en 1995. La población de
dichos países está cada vez más preocupada por el costo de los
ajustes, por ejemplo, para las industrias nacionales y para la
agricultura, en particular para los pequeños productores. Los
sectores productivos de varias naciones del Sur, junto con la opinión
pública en general, son cada vez más concientes de las disparidades
de los acuerdos y de la carga que implican las obligaciones que se les
imponen. El principal motivo de protesta es que, durante su período
de desarrollo, los países industrializados tuvieron la libertad de
aplicar medidas relativas a subsidios, derechos de propiedad
intelectual y medidas de inversión relacionados con el comercio que
ahora están prohibidas. Por ejemplo, ciertos países del Norte no tenían
protección de patentes hasta hace muy poco tiempo: Finlandia en 1995
e Islandia en 1996. Y en sectores como el agrícola, el Mecanismo
Especial de Salvaguardia protegió los intereses de las principales
potencias durante el período posterior a la Ronda Uruguay. En este
contexto, muchos países en desarrollo encuentran que el pedido de una
nueva ronda de negociaciones es poco apropiado y que es un error
pretender ampliar el alcance de la misma, ya que eso significaría
aumentar sus obligaciones. No
vale la pena deliberar demasiado acerca de las propuestas para una
nueva ronda de negociaciones. Como se sabe, ha habido diferencias de
opinión entre los principales actores, pero también grandes
convergencias. Estados Unidos y la Unión Europea pretenden darle más
poderes a la OMC ampliando su mandato con leyes laborales, ambientales
y comerciales. La Unión Europea, que sigue insistiendo en la
importancia de realizar una amplia ronda para facilitar compromisos
económicos y un resultado balanceado, pretende incluir políticas de
inversión y competencia, pero no consiguió el apoyo de Estados
Unidos, que aparentemente estaba preocupado porque la inclusión de
dichos asuntos podía retrasar la nueva instancia por tres años. Las
contrataciones públicas eran otro de los “nuevos” temas –porque
se pretendía “multilateralizar” el acuerdo existente, de
participación limitada y procedente del viejo GATT- que tenían
prioridad para Washington. Como
se sabe, además de ciertas diferencias respecto de nuevos temas,
también hubo desencuentros entre los principales actores acerca de
asuntos más viejos. Estados Unidos se alió con el Grupo Cairns para
eliminar los subsidios a la exportación y la Unión Europea se unió
a Japón y los miembros de ASEAN para identificar las medidas
antidumping que habría que incluir en la agenda. Estados Unidos no
estuvo de acuerdo. Los principales exportadores de los países en
desarrollo, como México, Chile y ciertos países de la ASEAN,
recalcaron la importancia de realizar negociaciones ambiciosas sobre
el acceso al mercado para tratar asuntos que inquietan a los países
en desarrollo, tales como el predominio de crestas y progresividad
arancelarias. Hay
que señalar, sin embargo, que si bien existe un fuerte acuerdo
general entre los países del Sur, estos no tienen una posición homogénea
respecto de la nueva ronda o de cuáles deberían ser los elementos de
la agenda. Varios países de América Latina parecieron deseosos de
aceptar algunos puntos nuevos, como el de inversión, pero se
mostraron contrarios a incluir normas sobre trabajo. Asia se mostró
muy poco optimista acerca de la inclusión de cualquier tema nuevo y
defendió la prioridad de los textiles, así como de otros temas de
implementación. Los países en desarrollo miembros del Grupo Cairns
se mostraron particularmente preocupados ante la posibilidad de que se
iniciara una nueva ronda a expensas de la agenda ya programada sobre
servicios y agricultura. No
debería sorprender que muchos países de África, así como de América
Latina y el Caribe, se nieguen a aceptar los procedimientos no
transparentes de Seattle o a tomar decisiones en forma pasiva. Es
importante no desestimar la fuerza y las consecuencias de esta
postura, aunque resulta muy fácil hacerlo porque el fracaso de
Seattle se debió a una gran mezcla de elementos. La lista incluye
desde las deficiencias del proceso de preparación de la Conferencia
hasta lo inadecuado de los acuerdos de organización, pasando por un
mal manejo del encuentro, diferencias sustantivas entre los
principales actores y, finalmente, las manifestaciones públicas de la
sociedad civil. Resolver estos problemas servirá para conseguir que
se lleve a cabo una nueva ronda de negociaciones, pero la pregunta de
los países en desarrollo -“A la luz de la experiencia de la ronda
anterior, ¿qué ganamos nosotros con aceptar una nueva?”- permanece
sin respuesta. Lo
importante es que, a diferencia de la situación previa, los países
en desarrollo deberán ser aceptados como integrantes del proceso, en
lugar de tener derecho sólo a ratificar las decisiones ya tomadas. Desde
Seattle, la OMC inició un proceso que el director general y otros han
denominado “restitución de la confianza” y que implica un
esfuerzo por incrementar la transparencia interna, además de hacer
que la toma de decisiones se convierta en un procedimiento más
inclusivo. También se pretende facilitar el acceso al mercado de los
países más atrasados, aumentar la asistencia técnica y la creación
de capacidad, extender los períodos de transición y resolver
numerosos “problemas de aplicación”. Los países del Sur habían
propuesto tomar acciones inmediatas a este respecto en Seattle, por
considerar que se trataba de temas representativos de los
desequilibrios de los acuerdos de la OMC o de los sectores donde los
países industrializados no actúan. Ha
habido ciertos progresos en casi todas estas áreas, aunque hayan sido
inadecuados. La propuesta del director general, de agregar 10 millones
de francos suizos al presupuesto de asistencia técnica, debía ser
considerada por el Comité de Presupuesto de la OMC y por el Consejo
General antes de fines de 2000. Aunque hay que evitar prejuicios, es
difícil pensar en la aprobación de una propuesta de este tipo. En
cuanto al acceso al mercado para los países menos adelantados, el
Quad acordó implementar un trato libre de aranceles y de cuotas para
casi todos los productos procedentes de dichos países. Esto se
implementará según sus acuerdos internacionales y seguramente se
terminarán excluyendo las exportaciones de sectores como el agrícola
y el de textiles y vestido. Hay que señalar que si se aprueba e
implementa la propuesta que hizo hace poco la Unión Europea de
“Todo menos armas”, dentro de tres años los productos de los países
más pobres –como el azúcar, el arroz y el banano- tendrán acceso
a los mercados, libres de aranceles y cuotas. Los
períodos de transición siguen tratándose caso por caso en lugar de
a través de extensiones generales, tal como preferirían los países
en desarrollo. Aunque luego de Seattle el entonces presidente del
Consejo General urgió a los miembros a ejercer una “moderación
debida” respecto del vencimiento de los períodos de transición,
Estados Unidos y la Unión Europea pidieron hace poco que se
mantuvieran las Medidas de Inversión Relacionadas con el Comercio
(TRIMs) en el sector automotor en Filipinas e India, respectivamente. Finalmente,
respecto de los problemas de implementación, el Consejo General invitó
al presidente y al director general a seguir con las consultas
actuales para los temas que los países en desarrollo identificaron en
Seattle como acuciantes, además de informar a los miembros en
diciembre. También proseguirán las consultas sobre implementación
que no impliquen una acción inmediata a fin de encontrar vías de
resolución. A
esta altura, una evaluación justa indica que el ejercicio de
restitución de la confianza es algo lento y difícil, de resultado
incierto. También es de gran relevancia la naturaleza de los avances
que se obtengan en las actuales negociaciones sobre la agenda de
servicios y agricultura, ya organizada, y en los diversos exámenes
mandatados. El programa aceptado exige que se haga un inventario de
los progresos obtenidos para las negociaciones sobre agricultura y
servicios que se llevarán a cabo en marzo de este año. Serán
cruciales estos logros y los de otros sectores para el proceso de
“restitución de la confianza”, así como la buena voluntad de
muchos países en desarrollo para considerar la posibilidad de
incorporarse a una nueva ronda de negociaciones sobre comercio
multilateral. El
alcance de la ronda propuesta tendrá una importancia considerable.
Habría que reconocer que el uso del prefijo “relacionado con el
comercio” a fin de incorporar un sinfín de temas nuevos a la OMC sólo
servirá para hacer más difícil la aceptación de una nueva ronda.
Es evidente que, en el fondo, muchos asuntos pueden tratarse como algo
“relacionado con el comercio”: desde las políticas monetarias y
fiscales, pasando por la infraestructura física, hasta las políticas
demográficas. Varios países en desarrollo saben que los temas que el
Norte pretende agregar al mandato de la OMC no son sólo aquellos que
responden a la agitación de ciertos electorados nacionales o asuntos
relacionados a veces muy estrechamente con sus políticas e intereses
comerciales. Existe
una inquietud genuina ante la posibilidad de que las obligaciones
aceptadas en la OMC se utilicen con fines proteccionistas o que la
expresión “relacionado con el comercio” tenga consecuencias de
amplio alcance para la próxima ronda y lo que sea que suceda después.
La preocupación dominante es que este enfoque sitúe a la OMC lejos
del centro de sus preocupaciones, adentrándose en un camino de
expansión continua, con todo lo que eso implica en cuanto a nuevas
obligaciones para los países en desarrollo. Habría
que reconocer que una de las consecuencias posibles de la agenda en
constante expansión es que el número de temas de interés aumente
los “puntos de ignición” en tanto capten el interés de
determinados grupos y aumente la incertidumbre de ciertos países
miembros en cuanto a la conveniencia del foro, al igual que de los
costos y beneficios que implicará el hecho de que la OMC se involucre
en esas nuevas áreas. Mantener la atención centrada en sus asuntos
tal vez resulte menos atractivo y más austero, pero servirá para
evitar que el organismo se vea permanentemente envuelto en
controversias y escándalos que, como vimos en los últimos meses,
pueden ser muy contraproducentes. En
suma, el mejor camino hacia una nueva ronda de negociaciones parecería
consistir tanto en elevar los niveles de confianza como en reducir las
ambiciones de la negociación. Sobre esta base, se puede concluir que
es poco probable que se realice dicha nueva ronda en el futuro
inmediato. Conclusión Los
países en desarrollo apuestan fuertemente a la salud y vitalidad del
sistema de comercio multilateral y a la creación de normas que rijan
dicho sistema. Es bien sabido que la proporción del comercio en el
PIB es más alta, y sigue en aumento, en estos países que en los
industrializados. En el caso de varias naciones del Sur que reciben
presiones para asumir más compromisos de liberalización comercial,
sobre todo las más pequeñas, la relación comercio-PIB es dos, tres
y hasta cuatro o cinco veces mayor que la relación existente en
Estados Unidos y Europa. El impacto relativo de las normas
comerciales, ya sea positivo o adverso, tiene mayor alcance en el Sur.
Por eso, es imperativo que se tomen en cuenta sus inquietudes. El
comercio ha sido el motor de la economía mundial durante medio siglo,
desde la creación del GATT, promoviendo un crecimiento constante de
la producción durante ese período, alrededor de dos puntos
porcentuales por año. Pero el hecho es que, como ya indicamos, muchos
países en desarrollo quedaron rezagados debido a su desempeño
comercial y ahora parecen correr un riesgo mayor de quedar marginados,
en particular debido a la velocidad de cambio de la estructura económica
internacional. La
OMC, creadora y árbitro de las normas de comercio multilateral, debe
ocuparse de mejorar esta situación promoviendo una integración
beneficiosa de los países en desarrollo al sistema. En las
circunstancias actuales, un importante número de normas, al igual que
la cultura institucional del organismo, son contrarias a los intereses
de los países en desarrollo. Se han realizado ciertos progresos en
este sentido luego de lo ocurrido en Seattle, pero aún queda mucho
por hacer. Entre tanto, el deber de los países del Sur es ser
extremadamente precavidos ante la posibilidad de una nueva ronda de
negociaciones, hasta que las grandes potencias comerciales den señales
más claras de haber entendido la importancia de lo ocurrido en
Seattle. [1]
Durante gran parte de la Ronda Uruguay se estableció un
sistema de reuniones denominadas "de la Sala Verde", por
el color del empapelado de la habitación, en las que participaban
un reducido grupo de países con fuerte interés en el tema a
negociar.
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