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Neoliberalismo ha fracasado El neoliberalismo precipita al mundo hacia un futuro económico decepcionante y quizá desastroso, si tenemos en cuenta lo sucedido en las últimas dos décadas. Este artículo analiza el fracaso, tanto en la teoría como en la práctica, de un modelo que propone suplantar el desarrollo dirigido por el Estado por una economía dominada por el mercado. Por James Crotty Segunda Parte La posición neoliberal schumpeteriana En una de sus últimas charlas sobre "nueva economía", el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Lawrence Summers, ofició como representante de la posición neoliberal schumpeteriana alegando que el mundo se dirige inexorablemente hacia una realidad "basada en la información", en la que las industrias más importantes "implicarán costos fijos altos y costos marginales mucho menores" y que esta "nueva economía es schumpeteriana" porque el único incentivo para producir algo es poseer un poder temporal de monopolio; de modo que la búsqueda constante del poder de monopolio se convierte en fuerza directriz de la nueva economía. "La consecuencia crucial para quienes estamos en el gobierno es que las políticas que ayudan a ampliar el tamaño de los mercados de algún modo, se vuelven mucho más importantes", sostuvo Summers. Y lo que sigue es el apoyo a la máxima desregulación y a la integración mundial, puesto que la primera "garantiza que el gobierno no impida ni distorsione el desarrollo de los mercados de rápido crecimiento" y que "el apoyo al comercio internacional se vuelva mucho más importante porque permite aprovechar mejor las nuevas economías de escala". Las conclusiones que Summers apoya carecen de pruebas empíricas. Si las economías de escala son "enormes" y crecen a toda velocidad, no es para nada obvio que el poder monopólico "provisorio" brinde un incentivo lo suficientemente fuerte como para lograr las inversiones necesarias para mantener una eficiencia dinámica. Parecería lógico asumir que se necesita el poder del mercado por un período extendido de tiempo para asegurarse que "los altos costos iniciales [puedan] recuperarse". Si esto es así, ¿acaso un mundo de gigantes monopólicos no requeriría un nuevo organismo de gobierno nacional o internacional para su regulación, a favor del interés público? Reemplazar la defectuosa teoría neoclásica del equilibrio general por un puñado de "historias" sobre el "torrente de destrucción creativa" de Schumpeter como única línea de defensa a favor de la globalización neoliberal parece una apuesta ideológica muy arriesgada. No existe ningún modelo ampliamente aceptado, ni formal ni informal, acerca de un sistema de mercado integrado schumpeteriano, ni uno análogo al sistema de equilibrio general walrasiano que se enseña en todos los departamentos de economía. No existe un modelo específico que investigue con cuidado los efectos sistémicos de una secuencia de inversiones masivas e inmóviles, financiadas en general en función de deudas, en una industria o tecnología y otra y otra, cada una de las cuales es rápidamente devaluada por el torrente continuo de destrucción que Summers prevé. Argumentos como los presentados por Summers se derivan o bien de modelos formales de un mercado único y aislado, o bien de meras corazonadas acerca de cómo podría funcionar todo en un sistema simplista como el de Schumpeter, que no puede cumplir con el estatuto seudocientífico al que aspiran las economías neoclásicas. Por lo tanto, brindan un fundamento totalmente inadecuado para construir un sistema económico mundial radicalmente nuevo como el neoliberalismo. Así, se le pide al mundo que arriesgue su futuro económico en base a las corazonadas de un grupo reducido de devotos del libre mercado. Oligopolios naturales La idea de que las industrias más importantes no necesitan tener los atributos necesarios para organizarse efectivamente a través de la competencia perfecta no es nueva. Según la teoría del comportamiento de los oligopolios naturales, que aparece en el trabajo de Schumpeter y John Maurice Clark, las condiciones requeridas para la perfecta competencia sólo existen en un número reducido de industrias y la mayoría no tienen mayor importancia para la actuación económica mundial o nacional. Como dice Schumpeter, "la competencia perfecta es la excepción y (...) si observamos de cerca las condiciones (...) que deben cumplirse para que se produzca una competencia perfecta, nos damos cuenta de inmediato de que fuera de la producción agrícola masiva, no pueden existir muchas otras instancias". Los oligopolios naturales necesitan ser "correspectivos" más que una competencia perfecta o asesina, por al menos cuatro razones. Primero, hay que evitar las guerras de precios. Segundo, es necesario evitar una tendencia a exceder las capacidades y la industria debe establecer algún mecanismo para coordinar la inversión que impida que la oferta ascienda mucho más que la demanda. Tercero, la competencia "correspectiva" puede ser una condición necesaria pero no suficiente para adoptar y mantener relaciones directas con los trabajadores con el fin de asegurarse una fuerza de trabajo leal, experimentada y flexible, con el máximo de especialización requerida para iniciar y reaccionar eficazmente a las innovaciones y cambios ambientales de todo tipo, así como tener un alto grado de eficiencia productiva. Cuarto, y lo más importante, la competencia correspectiva en los oligopolios naturales es necesaria para lograr una acumulación de capital e innovación rápidas, ya que son fuerzas que crean un crecimiento de la productividad a largo plazo. La cooperación es esencial en los oligopolios naturales y estos son claves en el proceso de desarrollo. Cuando las relaciones correspectivas son estables, se tiende a evitar la competencia que pone en peligro el crecimiento industrial y los beneficios. Sin embargo, la intensidad de la lucha por otras dimensiones de la competencia puede ser bastante alta. Las compañías pueden luchar dentro de los estrechos límites de su lugar en el mercado mediante la propaganda y desarrollando sistemas de márketing y distribución más eficaces. La diferenciación de productos y el desarrollo de una marca es un proceso que está en marcha. El tipo de competencia que resulta crucial para obtener una eficiencia dinámica, insiste Schumpeter, no es la competencia de precios que se centra en la teoría neoclásica sino la de los nuevos productos básicos, la nueva tecnología, la nueve fuente de ofertas y el nuevo tipo de organización, la mayor unidad de control, por ejemplo. Es decir, la figura clave es la de la competencia que obliga a obtener una ventaja decisiva en precio o calidad y que no pelea en el margen de resultados y beneficios sino en base a sus fundamentos y su propia vida. Las compañías principales de los oligopolios naturales no pueden establecer precios tan altos como gusten. Si bien las amplias barreras de entrada parecen brindarles un buen margen de maniobras, no pueden permitir que los precios o las tasas de beneficio suban tanto que resulten tentadoras para los foráneos de la industria. Estas compañías terminan compartiendo las utilidades de las mejoras en la productividad a largo plazo con los consumidores en base a precios bajos. Sin embargo, las relaciones correspectivas entre las compañías dominantes en forma de oligopolios naturales no duran para siempre. Es probable que una distribución inicial de relativo poder entre las firmas, que conduce a un modo determinado de dominación y cooperación, cambie con el tiempo y actúe como disparador de una guerra dentro de la industria, además de promover una invasión exitosa de la industria por parte de compañías nacionales o extranjeras más poderosas en lo financiero. El colapso del dominio mundial de big steel en Estados Unidos, después de la década del 60, es uno de los ejemplos de este fenómeno. La lección que hay que aprender de esto es que la sociedad no puede depender sólo de los mercados para asegurarse que grupos poderosos de compañías operen de un modo coherente con los intereses de la mayoría de la población, más allá de qué tipo de relaciones de competencia prevalezcan en las industrias centrales. Es fundamental que el ambiente competitivo sea regulado efectivamente por órganos de gobierno competentes e independientes. Por lograr un período de auge económico sostenido, los gobiernos deben regular los mercados financiero e industrial, vigilar que la demanda agregada crezca con la velocidad suficiente como para mantener un alto índice de empleo, mantener baja la capacidad para producir excedentes, garantizar las condiciones necesarias para las relaciones correspectivas entre las compañías industriales claves y actuar en todo sentido para contrarrestar la tendencia natural del mercado hacia la inequidad e inestabilidad. Si el Estado hace todo esto de manera adecuada, los mercados pueden funcionar razonablemente bien durante un tiempo. Pero los procesos de mercado pueden terminar minando las condiciones iniciales que les permitieron funcionar adecuadamente. Un grupo de organismos y políticas gubernamentales creado para generar un crecimiento equitativo en un período determinado puede volverse bastante obsoleto al cambiar las condiciones con el tiempo. Por lo tanto, cada nueva generación debe enfrentarse al desafío de crear instituciones capaces de ejercer un control social adecuado sobre los mercados. La extinción de la Edad de Oro es un cuento repetido demasiadas veces. En la tempestuosa década del 70, reflejo de la ley del desarrollo irregular, varias décadas de crecimiento y cambio habían reducido la eficacia de la matriz de instituciones y políticas públicas y privadas. Esto obligó a las élites del Norte a considerar un cambio en los regímenes económicos. Podían elegir entre reformar el sistema vigente en ese momento, de crecimiento conducido por el gobierno, de modo de lograr sus objetivos tradicionales en el nuevo entorno, y cambiar el curso económico permitiendo que mercados mundiales poco regulados determinaran las principales tendencias del futuro económico. Las poderosas élites económicas, sobre todo en Estados Unidos, eligieron la opción de dominio del mercado, que cumplía con sus intereses y no con los del resto de la población. El resultado fue el neoliberalismo mundial. Por ahora, ha creado una nueva interacción dinámica y destructiva entre las instituciones del sector público y privado, convirtiendo al virtuoso círculo de prosperidad en un círculo vicioso de crecimiento lento, competencia destructiva y relaciones laborales indirectas. Además, ha minado las estrategias de desarrollo lideradas por el Estado en el Sur. Minar el crecimiento de la demanda agregada Seis fuerzas relacionados, fuertemente enraizadas en el neoliberalismo, han hecho que el crecimiento de la demanda agregada supere por lejos su Edad de Oro de hace dos décadas. El enlentecimiento del crecimiento de la demanda es un componente crucial de las fuerzas complejas que causaron el deterioro de la actuación económica en la era neoliberal. Sin embargo, esto no significa que se necesiten altas tasas de crecimiento global para tener una economía mundial saludable en todos los marcos institucionales posibles. Algunas reformas económicas permitirían emplear a toda la fuerza de trabajo disponible en los países industrializados con tasas de crecimiento más bajas que las requeridas actualmente para dicho fin. Y los problemas ambientales pueden obligar a los gobiernos, en el mediano plazo, a rediseñar los modos de crecimiento económico. Pero, con las políticas e instituciones existentes en este momento, se necesita un rápido crecimiento de la demanda para lograr la prosperidad mundial. La principal constricción de la demanda mundial es el lento crecimiento de los salarios y el consumo masivo, consecuencia del neoliberalismo mundial. En segundo lugar, la evolución del sistema financiero mundial ha deprimido el crecimiento planetario. En tercer lugar, el ritmo y el carácter de la inversión mundial restringen el crecimiento. El aumento de la inversión se ha enlentecido no sólo por el incremento de las tasas reales de interés sino también por el paso cansino de la demanda agregada. La inversión también se vio reducida por las tasas bajas de utilidades de la mayoría de las industrias la mayor parte del tiempo, por la capacidad para el excedente y por el incremento de la incertidumbre. En cuarto lugar, la política fiscal se ha vuelto mucho más restrictiva, y en quinto, el rol expansivo de organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial ha enlentecido el crecimiento mundial. Al aumentar el número de países en desarrollo que experimentaron una insolvencia nacional en las dos últimas décadas, el FMI y el Banco Mundial han hecho préstamos mucho mayores pero a cambio de su dinero han exigido implementar políticas macroeconómicas de austeridad, además de una reestructura neoliberal, restringiendo así seriamente la demanda mundial agregada. Se ha calculado que alrededor de 40 por ciento de la población mundial, habitantes de 55 países, están sometidos a los dictámenes de ambas entidades. Finalmente, la década del 90 presenció el debilitamiento de los modelos de desarrollo conducido por el Estado surgidos en Asia oriental. Las tradicionales estructuras de regulación económica estatal de Asia han perdido fuerza debido a la liberalización del comercio, la inversión y, sobre todo, el flujo de capitales financieros, además de por las amenazas del Grupo de los Siete países más industrializados, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio (OMC), las compañías multinacionales y los bancos, y las exigencias aún mayores de libertad por parte de las élites nacionales. Si el neoliberalismo reemplaza en forma permanente al crecimiento liderado por el Estado en Asia oriental, las tasas de crecimiento mundial podrían seguir bajando. La última crisis financiera de Asia es un ejemplo de cómo las contradicciones estructurales del sistema mundial crean inestabilidad financiera y crisis reales de sectores en el mundo en desarrollo. El crecimiento lento y los bajos beneficios de la industria en el Norte estimularon el flujo de capitales a Asia, pero el impacto combinado del crecimiento lento y la competencia coercitiva hicieron imposible que los países receptores pudieran mantener el comportamiento comercial necesario para pagar sus créditos y mantenerse atados a sus inversiones de cartera procedentes del Norte. Al haber abandonado las regulaciones a la importación como parte del proceso de liberalización, los países afectados vieron que tenían pocas opciones una vez que los golpeó la crisis y se vieron obligados a aceptar la intervención del FMI, con sus políticas de recesión. Paradójicamente, las contradicciones estructurales del régimen neoliberal terminaron destruyendo, al menos provisoriamente, las altas tasas de crecimiento y beneficios que habían atraído capitales a Asia en primer lugar. Desde mediados de la década del 90, las industrias claves se han sumergido en una ola de fusiones y adquisiciones de proporciones históricas. Desde 1994, esta tendencia se disparó tanto que, en 1999, el valor total de las fusiones en todo el mundo se multiplicaron por seis y alcanzaron a 3,4 billones de dólares, la mitad del total se produjeron en Estados Unidos. Además, 850.000 millones fueron resultado de fusiones transfronterizas en 1999, lo cual equivale a 10 veces el valor de estas operaciones en 1991. ¿Acaso el interés actual de consolidación podrá superar las fuerzas de estancamiento mundial que la competencia destructiva está ayudando a reproducir? Es decir, ¿pueden tener éxito los esfuerzos actuales de volver a oligopolizar a las industrias claves si la demanda agregada sigue constreñida por las mismas fuerzas que crean el movimiento de consolidación? Y, si se logra la reoligopolización, ¿qué organismos de gobierno -si es que hay alguno- obligará a estos super grupos mundiales a actuar a favor del interés de la mayoría de la población mundial? El caso para la regulación social La teoría económica neoliberal contiene errores en todas sus formas: tanto en la macro como en la microteoría, en la de los mercados financieros y la de desarrollo. Por lo tanto, se trata de una guía peligrosa y confusa para crear instituciones y tomar decisiones económicas en la órbita gubernamental. El neoliberalismo conduce al mundo hacia un futuro decepcionante y tal vez desastroso, según la experiencia de las últimas dos décadas. Para proteger los intereses económicos de los trabajadores y la mayoría de los ciudadanos, es necesario que los mercados estén insertos en la sociedad y que ella misma determine un perfil de desarrollo económico. Esto implica que el papel del Estado debe ser muy importante en los niveles micro y macro económicos. Por lo tanto, lo primero que hay que revisar es el poder político y la determinación de las prioridades en política económica. En el ambiente actual, las fuerzas capitalistas dominan el proceso político. El neoliberalismo, que constituye su visión del mundo, determina cuáles son las ideas "respetables" y establece los parámetros dentro de los cuales se desarrolla el discurso económico. El cambio progresivo no será posible a menos que la balanza ideológica del poder se dé vuelta. El control del gobierno sobre los flujos de capital a través de fronteras y la inversión extranjera directa deben ser un capítulo central en esta realineación política. Como nos enseñó Keynes, es posible que el dinero, el capital físico, la tecnología y los puestos de trabajo huyan del país si las políticas gubernamentales no son favorables al sector empresarial que ha hecho que el capital tenga el poder de determinar las prioridades políticas en la era neoliberal. Los controles de capital pueden servir para revertir esta relación perversa de poderes entre el capital y la mayoría de los ciudadanos. Los gobiernos deben reafirmar su responsabilidad en cuanto a la regulación de la demanda agregada y modificar sus prioridades políticas para que el crecimiento del empleo vuelva a constituir un objetivo. Se necesita el crecimiento no sólo por sus beneficios directos sino también para crear precondiciones importantes para la eficiencia dinámica en las industrias esenciales. También es necesario un crecimiento razonable para establecer relaciones laborales directas y posibilitar una división de los ingresos más progresiva entre el capital y la fuerza de trabajo, pero esto no se logra sólo gracias al crecimiento. Hace falta no sólo un movimiento sindical fuerte, sino también un empleo sostenido, un gobierno interesado en la fuerza de trabajo que proponga leyes efectivas de negociación colectiva y una red de seguridad social que brinde a los trabajadores la posibilidad de obtener salidas exitosas en sus negociaciones con las empresas, además de elevar el estándar de vida mínimo para los más débiles de la sociedad. Suponiendo que evitamos un colapso financiero mundial o una depresión, es probable que muchas industrias vuelvan a convertirse en oligopolios o restituyan sus relaciones de cooperación. Esto plantea una importante pregunta: ¿quién podrá garantizar que se mantenga el equilibrio necesario entre cooperación y competencia, y que los oligopolios mundiales no abusen de su gran poder de mercado? En la Edad de Oro, las compañías dominantes de las industrias claves estaban profundamente enraizadas en un país y estaban, al menos potencialmente, sujetas a la voluntad política de dicho país. Antes de la era neoliberal, hasta los gobiernos de los países industrializados solían utilizar políticas antitrust y otras para intervenir cuando las industrias actuaban en contra del interés público. Pero en la etapa actual, es probable que el poder de tomar decisiones para consolidar a las industrias claves se distribuya entre las compañías gigantes transnacionales o entre los super grupos multiempresariales. Sin embargo, no hay agencias gubernamentales transnacionales constituidas democráticamente que sean capaces de garantizar que estos nuevos oligopolios actúen a favor de los intereses públicos. En muchas industrias mundiales, las barreras para entrar se están volviendo casi infranqueables. Por ejemplo, ninguna compañía nueva podría competir con los seis grandes super grupos. La creación de formas efectivas de control social sobre estos nuevos super grupos empresariales, tanto a escala nacional como transnacional, es uno de los grandes desafíos políticos de nuestro tiempo. Todos los gobiernos deberían al menos recuperar su capacidad para regular las condiciones bajo las cuales habilitan la entrada y salida de compañías y dinero, reforzando su capacidad para regular a las empresas que operan dentro de su territorio. El gobierno de Estados Unidos y la Comisión Europea podrían regular a todas las empresas importantes instaladas en su territorio, si tuvieran la voluntad política de hacerlo. Los países pobres y de ingreso mediano no pueden desarrollarse con las reglas de juego del neoliberalismo. Ninguna economía se ha desarrollado sin que el Estado interfiera sobre el mercado. Los gobiernos del Sur deben confiar en una política industrial, y por lo tanto en controles de capital y mercados financieros muy regulados, para tener la posibilidad de un crecimiento equitativo. Es más probable que se logre restituir el derecho a utilizar estas herramientas políticas si el esfuerzo es colectivo, pero como lo demostró Malasia hace poco, hasta los países más pequeños y aislados pueden imponer un régimen de controles de capital efectivo si es necesario. La restitución de este tipo de control, tanto en los países en desarrollo como en los industrializados, reducirá la inestabilidad de las tasas de cambio y las crisis financieras mundiales, además de disminuir las profundas recesiones que ocurren como consecuencia de las anteriores. Los organismos internacionales que suelen manejar la integración mundial, como el FMI, el Banco Mundial y la OMC, están saturadas de ideología neoliberal y dedicadas a cumplir con los intereses de las grandes transnacionales. Es necesario reemplazarlos por nuevas entidades que apoyen un crecimiento igualitario y estimulen modelos de desarrollo guiados por el Estado. También deben garantizar el derecho de las naciones a controlar los flujos de capital. Y además, siguiendo la máxima médica de que la primera obligación de un médico es no causar daño, deben dejar de imponer políticas macroeconómicas de austeridad en los países que necesitan su ayuda en períodos de crisis. En suma, la evaluación de la trayectoria económica mundial de este momento que presentamos aquí es bastante pesimista. Si el mundo sigue avanzando por el camino del neoliberalismo, el futuro económico de la mayoría de las personas, tanto en los países en desarrollo como en los industrializados, es desalentador. Lo más probable es que se repitan varias de las experiencias negativas de las últimas décadas, pero también es posible que estalle una gran inestabilidad política y económica, tal como sucedió en la década del 30, durante el último período dominado por el mercado. Por lo tanto, es urgente revertir este curso de acción. -------- Este artículo, publicado en SUNS con el permiso del profesor del autor, es un extracto del trabajo "Structural Contradictions of Current Capitalism" (Contradicciones estructurales del capitalismo actual), presentado en la Conferencia sobre "Globalización, cambio estructural y distribución de los ingresos", realizada en Chennai. |