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El ajuste en México
por Carlos Heredia Zubieta
En este breve ensayo trataremos de esbozar nuestra respuesta a dichas interrogantes. De entrada, podemos avanzar una tesis central respecto a la actual crisis mexicana: no se trata una crisis de liquidez, y ni siquiera de solvencia ante obligaciones financieras externas de corto plazo. Estamos frente a una crisis económica profunda, de carácter estructural, cuyos aspectos financieros sólo muestran un aspecto de la realidad. Para las autoridades financieras estadounidenses y mexicanas, lo más sorprendente de la crisis actual es que haya ocurrido. No estaba en el guión del Departamento del Tesoro estadounidense, ni en el de la Secretaría de Hacienda de México. No la previó la Reserva Federal, ni la anticipaba el Banco de México. No podía ocurrir una crisis de la dimensión actual en el país que había seguido casi todas las prescripciones del Banco Mundial, en el país en el cual el Tratado Comercial con Estados Unidos y Canadá ya tenía vigencia por un año; en el único país latinoamericano que es miembro del selecto club de países industrializados, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Era impensable que las cosas explotaran en un país que supuestamente cuenta con el mejor equipo económico de los países del Sur, cuyos dos últimos presidentes han sido formados como economistas en Harvard y en Yale, respectivamente. En México, sin embargo, diversas voces alertaban ya desde 1992 respecto de lo que podría ocurrir justo al final de 1994, en el marco de la transmisión del poder entre Carlos Salinas de Gortari y su sucesor. La ley de probabilidades obraba en favor de quienes pronosticaban una quinta crisis en la coyuntura de la sucesión presidencial en México, justamente porque en 1968, 1976, 1982 1987 se habían registrado crisis muy significativas. En 1988 llega Carlos Salinas de Gortari al poder tras haberse robado la elección presidencial, dato que admiten propios y extraños. Inicia entonces un "nuevo milagro mexicano": privatizaciones de empresas públicas, eliminación de subsidios al consumo, apertura a la inversión extranjera, liberalización comercial, reducción drástica de la inflación, adelgazamiento del Estado, etc.; en una frase, el catecismo neoliberal puesto en práctica al pie de la letra. Sí, había problemas, y entre ellos destacaba el elevado número de pobres, pero incluso ese problema se enfrentó "exitosamente": el Programa Nacional de Solidaridad, fondo de inversión social instrumentado por el gobierno mexicano siguiendo el diseño del Banco Mundial, se convirtió en producto de exportación a otros países de América Latina. Hacia el final de 1991 todo parecía ir viento en popa. Las exportaciones no petroleras habían pasado de representar apenas la cuarta parte de las ventas totales al exterior apenas tres años antes, hasta representar el ochenta por ciento de las exportaciones totales mexicanas. La inflación había bajado de 162% en 1987, a menos de 20%; la deuda externa, medida como porcentaje del Producto Interno Bruto, se había reducido drásticamente. Los déficit en las cuentas externas, tanto en el intercambio de bienes y servicios como en la cuenta corriente, eran financiables per seacula seaculorum, dado que una economía de expansión como la mexicana atraería capitales de manera permanente. El anuncio, en junio de ese año, de que México iniciaría negociaciones formales con Estados Unidos en la búsqueda de un Tratado de Libre Comercio, mandó las expectativas económicas hasta las nubes, presagio que se vio confirmado poco después con la llamada "recuperación oficial" en las elecciones federales de mitad de período, en agosto, cuando el Partido Revolucionario Institucional se adjudicó el 64% del voto popular. El narcotráfico, negocio que en México produce al año más de $30 mil millones de dólares, florecía sin cortapisas, y al mismo tiempo se extendía el involucramiento en él, o en el lavado de dinero, por parte de las autoridades civiles y militares. Las cosas no podían, no deberían salir mal; por el contrario, estaba asegurada la nueva grandeza mexicana. Las luces ámbar Y sin embargo, desde el inicio de 1992 se empezaron a encender las señales de que no todo andaba bien, alertando sobre algunos problemas importantes en la economía: el déficit en cuenta corriente seguía creciendo de manera exponencial, y su financiamiento dependía de "dinero caliente" sumamente volátil, flujos de muy corto plazo que podían salir en estampida del país por factores imprevisibles; el impacto de la apertura comercial unilateral iniciada en 1986, con el ingreso de México al Acuerdo General de Tarifas y Aranceles (GATT) se podía advertir en sectores como el textil, el mueblero, la producción de granos básicos, la manufactura de juguetes, el calzado, la producción de papel, y otros, en donde los productores nacionales se habían convertido paulatinamente en importadores, o en socios subordinados del capital extranjero. El dólar se había abaratado de manera extrema, y la sed importadora de la economía mexicana parecía insaciable. Más importante aún: los supuestos beneficios del ajuste iniciado en 1982 no se veían, en el caso de la mayoría de la población, más que en la propaganda gubernamental, que anunciaba a los mexicanos su inminente ingreso a la tierra prometida del Primer Mundo. En julio de 1993 el propio Banco Mundial, en un documento de circulación interna (Country Strategy Paper) revela que 17 millones de mexicanos subsisten con menos de un dólar por día. Este dato se vuelve aún más estremecedor cuando se coloca al lado de un dato sumamente revelador: la estrategia de Salinas en al sentido de consolidar alrededor de seis o siete mega-consorcios mexicanos para competir con los gigantes norteamericanos, europeos y asiáticos, lo llevó convertir en billonarios (en el sentido de contar cada uno con fortunas mayores a los mil millones de dólares) a hombres cuyo mayor mérito era ser socios de negocios y aliados políticos del presidente de su país. No era de extrañarse que fueran precisamente estos hombres quienes concentraron la propiedad del sistema telefónico, de la televisión, de las líneas aéreas, de las minas, de los bancos reprivatizados, de las cadenas de supermercados que sustituyeron a las tiendas de bienes de consumo básicos que operaba el gobierno. En julio de 1994, la revista Forbes revela que hay 24 multimillonarios mexicanos que controlan en conjunto una riqueza personal superior a los 45 mil millones de dólares. Y lo que por algunos es visto como confirmación del éxito del modelo, que asegure la generación de riqueza, es visto por otros, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), como su fracaso. En Chiapas, nos dicen, mueren al año quince mil personas por enfermedades curables. Y el llamado de alerta se extiende a muchos otros estados del país. Parece que después de todo, el éxito del salinismo no es tal. En marzo de este año eterno que fue 1994, asesinan a Luis Donaldo Colosio, entonces candidato presidencial del PRI. En ese momento se desata una importante estampida de capitales, pero no sólo, o quizá ni siquiera preponderantemente por el factor político, sino porque la Reserva Federal de Estados Unidos inicia una serie de aumentos en las tasas de interés en ese país. La inversión en mercados emergentes empieza a perder su atractivo, y comienza a empañarse la magia del salinismo. Sin embargo, la legendaria capacidad de control político operó de nuevo: el 21 de agosto, a Ernesto Zedillo, candidato sustituto del PRI, se le adjudican la mitad de los votos en la elección presidencial y se asegura así la continuidad del régimen iniciado en 1929. De nuevo parecía que todo saldría bien. La polarización de la sociedad mexicana, la exclusión de los indígenas y de los pobres del campo y de la ciudad, el incremento en el desempleo y el subempleo, y las dolencias del aparato productivo, después de todo, no eran tan importantes, si la inflación seguía bajo control y el tipo de cambio peso/dólar continuaba estable. Aún en un marco de levantamientos indígenas, asesinatos políticos, fraudes electorales y escándalos de corrupción se podía cantar victoria, porque la economía no se había salido de control. Más aún: en abono de la tesis de que lo que verdaderamente pesa son los fenómenos económicos y no tanto los "golpes políticos", el Banco de México da a conocer que sus reservas en dólares crecen sostenidamente a partir del levantamiento de Chiapas el 1 de enero de 1994, hasta que la Reserva Federal inicia una serie de aumentos consecutivos en las tasas de interés. Carlos Salinas de Gortari declara en privado, pero para que todos lo oyeran, que la única razón por la cual el PRI podía haber perdido las elecciones era que se hubiera devaluado el peso y la economía se hubiera salido de control. A los múltiples señalamientos de sobrevaluación del peso, Salinas respondía en los hechos: no se podía devaluar en ese momento, porque empañaría la imagen del TCL, porque había elecciones presidenciales, porque la depreciación del peso dañaría su campaña personal para alcanzar la presidencia de la naciente Organización Mundial de Comercio (OMC). Y entonces el futuro alcanzó al régimen mexicano una vez más. El 1 de diciembre Salinas entrega la presidencia a Zedillo, y el día 20 ocurre la devaluación del peso, apenas cuatro días después de que el entonces Secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, el héroe del TLC, augurara a "The Wall Street Journal" que por ningún motivo México devaluaría su moneda. Viene entonces el rechinar de dientes: Serra queda como mentiroso y como chivo expiatorio, Zedillo le echa la culpa al pasado, el pasado (Salinas) empieza a hablar de los "errores de diciembre"; el Banco Mundial y el FMI dicen que se trata de errores de las personas, y no de fallas del modelo, y que además, en realidad el gobierno mexicano no hizo todo lo que ellos le habían recomendado. Atrás quedaron los himnos a las glorias de Salinas y al nuevo milagro mexicano. Se inició la búsqueda de culpables y el furor por exonerar al modelo: no tiene la culpa el ajuste estructural diseñado desde arriba y desde afuera de las economías de nuestros países, sino quienes no saben aplicarlo religiosamente. "Lo que no funcionó" Se multiplicaron entonces los diagnósticos: desde los críticos del modelo, se plantean como raíces de la crisis la concentración de la riqueza y el estrechamiento del mercado interno; la acelerada e indiscriminada apertura comercial que eliminó a los productores nacionales en numerosos sectores; la utilización del tipo de cambio como un objetivo y no un medio de la política económica. Desde el gobierno, se reconoce que se había subestimado el tamaño y el peso del déficit en cuenta corriente, y que no se corrigió el tipo de cambio por razones políticas y personales del anterior mandatario. Desde los organismos multilaterales, se dice que, después de todo, México no fue suficientemente a fondo en la privatización (faltan Petróleos Mexicanos, los puertos, las telecomunicaciones, la Comisión Federal de Electricidad, etc.) y que además, la ausencia de un mecanismo de información periódica, transparente y creíble sobre los principales indicadores económicos y financieros, dejaba a los inversionistas sin señales suficientes y adecuadas para tomar decisiones. El sector privado mexicano empieza a culpar al Banco de México por su obsesión en eliminar la inflación aún a costa de la supervivencia de la planta productiva, y el gobernador del banco central se justifica diciendo que no puede haber producción ordenada con inflación. Mientras tanto, tras trece años de apretarse el cinturón y de escuchar promesas de que "ahora si" se verían los beneficios del ajuste, al final de diciembre de 1994 el pueblo de México escucha en la televisión a un presidente que se presenta con el lema "él sabe cómo hacerlo" y que ofrecía "bienestar para tu familia", anunciarles que una vez más se postergaba eso del bienestar, y que el futuro nos deparaba seis años más de sacrificios. Deus ex machina México inicia 1995 con un panorama radicalmente distinto del que los pronósticos económicos aventuraban apenas unos días antes. Ya no tiene frente a sí a olas de inversionistas ávidos de colocar su dinero en México, sino a hordas de acreedores que poseen títulos mexicanos de corto plazo, y que quieren garantías de que sus Tesobonos y sus certificados de depósito serán redimidos a tiempo y sin pérdidas. Los presidentes de los fondos mutuales no pueden salirle ahora a sus clientes con que la recomendación de comprar acciones de Teléfonos de México no era lo más acertado. Se preguntan, como lo expresa un personaje de la televisión mexicana: y ahora, ¿quién podrá defendernos? Y encuentran la respuesta rápidamente: el presidente de su país. Y se pone en marcha el operativo de rescate, para salvar no a México, sino a los tenedores de Tesobonos y para dar alivio temporal al gobierno de Zedillo. El primer paquete enfrenta tropiezos en el Congreso, y el 31 de enero el presidente Bill Clinton anuncia que por medio de una orden ejecutiva ha integrado a un nuevo paquete, ahora por $53 mil millones de dólares, para rescatar a México. Días después, el 21 de febrero, el Secretario del Tesoro estadounidense, Robert Rubin. da a conocer el "Acuerdo marco entre los Estados Unidos de América y México para la estabilización de la economía mexicana", que en los hechos no es un acuerdo (sus términos los decide Estados Unidos), y que se convierte automáticamente en el nuevo programa económico del gobierno del señor Zedillo. Y aquí surgen nuevos problemas, porque a una pregunta clave: ¿qué tiene que ocurrir para que tenga éxito el rescate financiero de Clinton y Rubin?, se dan respuestas encontradas. Para Estados Unidos, que había hecho campaña por el TLCAN con el lema de que al sur de su país se entraba un mercado de 90 millones de consumidores ávidos por adquirir productos estadounidenses, era muy importante que el peso recuperar su valor, su poder de compra; era decisivo, también, que los mexicanos pagaran hasta el último centavo a los estadounidenses que mantenían en su poder títulos, bonos, certificados de depósito y pagarés de México. Para el gobierno de Zedillo, a corto plazo, el éxito del programa se cifra, de manera preponderante, en pagar. Esto traería, hipotéticamente, la estabilización del tipo de cambio, de la Bolsa de Valores y de los indicadores financieros. Para los bancos multilaterales, lo esencial es mantener la vigencia del modelo del ajuste estructural. En Copenhague, Dinamarca, durante la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social convocada por la Organización de las Naciones Unidas del 6 al 12 de marzo de 1995, las instituciones de Bretton Woods reiteran el imperativo de mantener la prescripción del ajuste estructural. Michel Camdessus, director-gerente del FMI señala que no es momento de aflojar el ajuste, sino de reforzarlo y de hacerlo permanente. Armeane Choksi, vicepresidente del Banco Mundial exonera de nuevo al modelo económico y culpabiliza por la crisis al desorden político y a decisiones individuales. Para los micro, pequeños y medianos empresarios, para los trabajadores, para las familias mexicanas, el éxito de programas apuntaría en un rumbo distinto. Lo decisivo es defender la planta productiva, el empleo y el poder de compra del salario. Y se preguntan cómo puede tener éxito una medicina que está matando al paciente. De nuevo, el fantasma de la moratoria El nuevo programa de ajuste para México, definido por Rubert Rubin, apunta a un objetivo central: que en el manejo de las finanzas públicas el gobierno de México registre un superávit financiero de 0.5% del Producto Interno Bruto (PIB). Todo se subordina entonces a ese objetivo, y vienen las alzas impositivas, los recortes presupuestales, los despidos de empleados públicos, los anuncios de privatizaciones de puertos, telecomunicaciones, ferrocarriles, explotación del gas natural, etc. En el camino, a partir de diciembre, cerca de 30% de las micro, pequeñas y medianas empresas están en quiebra, las ventas han caído en más de 40% en algunos sectores, la mitad de los bancos están quebrados y solicitando (cuatro años después de la "brillante" reprivatización) que se les rescate con dinero de los contribuyentes mexicanos. Los agricultores han declarado al campo zona de desastre; el movimiento nacional de productores del campo "El Barzón" y la coordinadora nacional de usuarios de la banca señalan: nadie puede pagar y la moratoria interna ya está aquí. Por lo que toca a los pagos externos, una simple operación aritmética, comparando el perfil de las obligaciones externas con la disponibilidad de divisas indica que hacia agosto o septiembre podría producirse una nueva crisis de divisas y el dinero a la mano no alcanzará para hacer frente a todos los pagos externos. Las obligaciones externas suman cerca de $75 mil millones de dólares; el paquete de rescate, originalmente estimado en $53 mil millones, se ha comprimido, por distintas dificultades, por debajo de $ 38 mil millones. La diferencia estriba en que, muy probablemente, la respuesta del gobierno estadounidense a una nueva petición de ayuda no sería la misma, dado que en el clima político pre-electoral que privará en ese país, un nuevo "rescate" mexicano sería altamente impopular. Llegará entonces otro momento de definición: la moratoria involuntaria, o la obstinación en seguir exprimiendo al máximo a los mexicanos para seguir pagando lo que no podemos pagar. Hace poco más de dos años, el 9 de enero de 1993, en Austin, Texas, Salinas le dijo al entonces presidente electo Bill Clinton: queremos comercio, no ayuda. Hoy Zedillo desespera por más "ayuda", aunque sólo sea para rescatar su gobierno, no a la nación. El ajuste ha inducido un paro forzoso en la economía, un congelamiento de la actividad productiva. Estamos ante un colapso de la demanda interna, provocado entre otras cosas por la severa restricción crediticia. El sector automotriz, en particular, ilustra las contradicciones del modelo: mientras que en el primer semestre del año las exportaciones de automóviles aumentaron 36%, las ventas internas cayeron 63%. Y sin embargo, el gobierno echa las campanas al vuelo porque el peso se ha revaluado algunos centavos frente al dólar en las últimas semanas (no era difícil, pues se había desplomado en cien por ciento) y porque el índice de precios y cotizaciones de la Bolsa de Valores ha recuperado algunos puntos. Esto es suficiente para que se reitere desde las autoridades hacendarias que las bases de la economía son sólidas y que se avizora ya la recuperación en el segundo semestre. La verdad es que el clamor por un cambio en la estrategia económica va creciendo. Se ha transformado de una reivindicación de la oposición política y de las organizaciones gremiales, a una demanda cívica, que trasciende estratos sociales e ideologías políticas. De manera incipiente, en México se han unido sectores populares con sectores medios, pequeños agricultores con la Barra de Abogados, académicos con sindicatos, e incluso mujeres de clase media alta para pedir una estrategia económica que atienda prioritariamente las necesidades de la mayoría de la población y no de Estados Unidos-gabinete económico zedellista. Los fundamentos de la estrategia son: primero comemos, luego pagamos; confiscación de las fortunas malhabidas de Salinas y socios. En palabras de Antonio García de León: "Hoy la vanguardia de México son los indios, que paradójicamente y gracias a las políticas económicas aplicadas desde 1982, se han convertido al mismo tiempo en los sectores más golpeados y más modernos, en los únicos que, por boca del EZLN y de otras organizaciones que crecen a lo largo y ancho del territorio nacional, plantean ya una nueva modernidad incluyente, no la vieja "modernidad" del pasado que nos vendió carísimo el proyecto neoliberal" (La Jornada, México, D.F., 23 abril 1995, p.8). En última instancia, los zapatistas piden algo muy sencillo: un país donde haya lugar para todos.
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