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Comercio
 
APEC y la globalización

Una receta segura
para el desastre nacional


Al mismo tiempo que la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) se reunía en noviembre en Manila, representantes de ONG de todo el mundo realizaron su propia conferencia para denunciar las políticas "proglobalización" impulsadas por la APEC. El autor, miembro del parlamento filipino, envió a las ONG un mensaje de renovado nacionalismo.

Wigberto E. Tanada


"Quiero desear mabuhay (larga vida) a los organizadores y participantes de esta conferencia internacional. Esta no es una conferencia alternativa de la APEC (Cooperación Económica Asia-Pacífico). Esta es la conferencia real de los pueblos del mundo en lucha por un orden económico mundial justo, basado en condiciones equitativas del comercio y en el respeto por la soberanía económica de cada país así como por las aspiraciones de los países en desarrollo a equipararse con los más desarrollados. Esta es la conferencia que pone sobre la mesa los problemas reales que enfrenta nuestro pueblo: alimento y trabajo, justicia y libertad.

En contraste, la Conferencia organizada por nuestro gobierno se está convirtiendo rápidamente en una pesadilla para el gobierno de Fidel Ramos, pues no le ha servido como reafirmación de sus pretendidos éxitos económicos. Supuestamente la Cumbre de la APEC, calificada como "la presentación en sociedad" de la economía filipina, cachorro de tigre asiático, sería una gran oportunidad para que la administración Ramos enseñara sus logros: una economía en pleno desarrollo, una pujante democracia y un pueblo contento con un presidente activo y participativo. Pero lo que trasciende al público es lo opuesto. Los gigantescos carteles blancos que bordean los caminos que conducen a la conferencia de la APEC no pueden ocultar la realidad de un creciente pauperismo, la tugurización de las ciudades, la violencia reinante en las calles y la profunda crisis de la industria, la agricultura y el empleo.

La economía filipina, fiel a los dictados del programa de ajuste estructural del Banco Mundial y de la liberalización comercial dirigida por la Organización Mundial de Comercio (OMC), se ha abierto y "globalizado". Pero después de 15 años hubo sólo unos pocos beneficiados y muchos perjudicados. Aún así, la APEC pretende profundizar más este proceso y los tecnócratas filipinos quieren incluso acelerarlo.

Hay trabajadores filipinos que perdieron sus puestos de trabajo porque se han contraído en este proceso de globalización-liberalización las industrias del vestido, textil, del calzado, la siderurgia. Entre nosotros hay agricultores y trabajadores rurales que han perdido sus tierras y sus trabajos por las medidas de desregulación y la reducción de aranceles para las importaciones agrícolas. Estas políticas de la OMC y los programas de ajuste estructural se agravan con la conversión de la tierra, la adquisición monopólica de terrenos por parte de terratenientes y la entrada de constructores de campos de golf, centros turísticos y villas de retiro para las élites del país y del mundo. Así, nuestra agricultura está en crisis y a nuestro alrededor todo es desempleo, pobreza y penuria. Basta con mirar a nuestras masas rurales y a los habitantes de los tugurios para tener una idea cabal de la situación real del país.

La experiencia filipina y la desigualdad mundial

Pero Filipinas no es el único país que atraviesa esta situación. Anteriormente fuimos testigos de la crisis económica de México, después de una década de aplicación estricta del programa de liberalización económica del FMI y el Banco Mundial, que allanó el camino a las trasnacionales en su política de apropiación de la industria y la agricultura mexicana. Irónicamente, fue en el primer año de integración de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) que su economía reventó.

De igual forma, fue al año de que Filipinas se integrara al GATT-OMC que el sector agrícola se vino a pique. En los debates de 1994 en ese organismo, nuestro gobierno prometió un fuerte excedente en el comercio agrícola y medio millón de nuevos puestos de trabajo en el campo. Pero en lugar de eso, el déficit del comercio agrícola aumentó en 1995 y se perdieron unos 154.000 puestos de trabajo en el sector como consecuencia de una crisis de múltiples dimensiones en las cosechas de arroz, maíz, azúcar y coco. Hubo una época en que el gobierno incluso se vio en grandes dificultades en cuanto a de dónde importar cereales y distribuirlos entre el pueblo, que formaba largas colas para recibir una cantidad mínima de cereales importados.

El punto es que los programas de ajuste estructural, la OMC e iniciativas regionales de libre comercio como el TLC y la APEC han profundizado aún más, a nivel nacional e internacional, las desigualdades del modelo de desarrollo económico. Aparentemente, los únicos que se benefician con la globalización son las trasnacionales, que se embanderan con la retórica y la política del comercio libre para conquistar mercados cada vez mayores.

Es claro que nuestra tarea consiste no sólo en denunciar la realidad nacional y mundial de la globalización sino también presentar un paradigma de desarrollo alternativo que priorice los intereses de la gente frente a las necesidades de mercado de un grupo de trasnacionales. En este sentido, es necesario que discutamos con los economistas encargados de la planificación y los de la APEC todos los temas que tienen que ver con el libre comercio. Necesitamos más conferencias de esta naturaleza.

Libre comercio y doble discurso

También debemos denunciar la tendencia de los políticos del libre comercio a decir una cosa y hacer otra. Nuestro propio gobierno lo hace, y subvierte con ello el proceso democrático. Me refiero específicamente a los nuevos compromisos en el marco del plan de acción de la APEC con el cual el gobierno de Ramos se comprometió, voluntaria y unilateralmente, sin consultar a la industria y la agricultura locales y sin siquiera informar al Congreso.

Este año, nuestro gobierno anunció que Filipinas no establecería compromisos con la APEC más amplios que los de la OMC. La naturaleza de la APEC es en gran medida de carácter consultivo; es un foro o una organización menos formal y vinculante que la OMC. Por otro lado, ya estamos en un programa de profunda liberalización por la OMC. Para el 2000 ningún arancel superará el 10 por ciento, y para el 2004 todas las importaciones tendrán un arancel uniforme de sólo cinco por ciento. En contraste, la APEC se plantea el 2020 como el año de libre comercio pleno entre sus miembros.

Pero para los planificadores económicos, que ingenuamente creen que el crecimiento es el corolario de cualquier liberalización, no alcanza con este programa de la OMC. Así que, de manera inconsulta y violando el mandato constitucional que dispone que los aranceles serán fijados por el Congreso, estos planificadores comprometen al país con el Plan de Acción Individual a reducir aún más el promedio ponderado de las tasas arancelarias de 10,4 a 6,69 por ciento para el 2000, incluidos los productos agrícolas. Pero eso no es todo. Conforme al acuerdo de la OMC sobre los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio (TRIP), tenemos cuatro años y dos meses para alinear nuestras leyes sobre derechos de propiedad intelectual con las de la OMC. Y ahora, de repente, el tema se está discutiendo en el Congreso.

La mayor forma de proteccionismo en estos días no son los obstáculos comerciales arancelarios o no arancelarios. Es el control de la tecnología, una fuerza decisiva en el proceso de globalización de las trasnacionales. Esta es la razón por la cual Estados Unidos y otros países desarrollados pelearon con ahínco por incluir el acuerdo sobre TRIPs en el GATT y la OMC. Quieren monopolizar la tecnología y los nuevos procesos técnicos. No quieren que países en desarrollo como Filipinas avancen mediante la adquisición de tecnología. Quieren que continúe la división del trabajo entre países desarrollados y en desarrollo merced a una diferencia tecnológica.

Vemos, pues, que el plan de Estados Unidos al integrarse y dominar ahora la APEC es el de transformar a este organismo en otro instrumento con el cual predicar a los países de Asia y el Pacífico las supuestas virtudes de la liberalización comercial, mientras al mismo tiempo los amenaza con la aplicación de sanciones -en especial su Super artículo 301 de la ley de aranceles y aduanas- en caso de que violen los derechos de propiedad intelectual y las fórmulas de liberalización de la OMC.

Pero estos países se niegan a reconocer los problemas que surgen en el área comercial regional e internacional, tales como el dumping de alimentos excedentarios en nuestro mercado interno y el trato desigual que reciben los trabajadores filipinos en el exterior.

Todo esto forma parte del doble discurso de Estados Unidos y otros países desarrollados. Por otro lado, también tenemos a nuestro gobierno embarcado en la práctica del doble discurso. Afirma que Filipinas no está asumiendo nuevos compromisos con la APEC y, al mismo tiempo, impulsa un nuevo programa de super liberalización. Aparte de la aceleración del programa de reducción arancelaria y de la aprobación de leyes que adecuan nuestras normas sobre patentes y marcas con las de la OMC, el gobierno se compromete a abrir nuestro sector del comercio minorista, nuestra industria turística y nuestras tierras a los inversores extranjeros.

Parece que han decidido que este programa de liberalización extrema es la solución al pauperismo y el desempleo del país. Lamentablemente, no es la solución. La experiencia nos dice que sin un plan de creación de capacidad y de protección de nuestros intereses industriales y agrícolas, esta receta de globalización y liberalización es una fórmula segura para precipitarnos al desastre económico y social.

Un renovado llamado al nacionalismo

Nuestra tarea dentro del movimiento progresista es seguir impulsando un programa de desarrollo alternativo basado en el nacionalismo económico que promoverá una política de desarrollo industrial y agrícola beneficiosa para los productores, trabajadores y agricultores filipinos donde algunos sectores de la economía serían protegidos y otros abiertos, profundizando el grado de desarrollo y las inversiones disponibles. Pero lo que es más importante, debemos tener un programa claro de creación de capacidad: selección de industrias, movilización de inversiones locales, reformas en la educación y la capacitación, investigación en las industrias seleccionadas y sistemas de apoyo e instituciones para pequeños productores, empresarios, trabajadores y agricultores filipinos.

Estos son algunos de los grandes temas que reclaman la atención de este gobierno, pero han caído en oídos sordos. Por eso llamo a todos ustedes a fortalecer la solidaridad en torno a estos temas. Si nuestros políticos se niegan a escucharnos, entonces traigamos la discusión al pueblo. En lugar de una agenda económica trasnacional, presentemos nuestra propia agenda nacionalista, en favor del pueblo, los trabajadores y los agricultores.

El nacionalismo, como los gurúes de la globalización nos quieren hacer creer, no carece de importancia ni es obsoleto. Tampoco es un obstáculo para el desarrollo. Todavía lo practican los países del mundo, grandes y pequeños, que reclaman dignidad y protección para su pueblo. El problema es que en Filipinas nunca se le abrió una oportunidad.


 

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